El inefable abogado de Lou Ford, el indiscutible protagonista de "El asesino dentro de mí" le dice, durante el ultimo tramo de carretera que conduce al literalmente incendiario y explosivo desenlace de este thriller noir, que una mala hierba no es sino una planta que crece en el lugar equivocado.
Y la frase resume magníficamente la siniestra correría de ese singular psicópata que, disfrazado bajo el barniz de los gestos afables y de su impecable uniforme policial, sorprende a sus víctimas con su mas impensada y mortífera arma: la obtusa confianza que despierta en ellas.
De allí que el espectador sea el primer sorprendido en la medida en que va descubriendo la intensa y sórdida violencia de la que es capaz ese alguacil tejano, que decide con frialdad escalofriante que la mejor forma de ocultar sus crímenes pasados y presentes es huyendo hacia adelante, matando, con deliberada sevicia, a las mujeres que lo aman desesperadamente y a los amigos que confían ciegamente en su precaria decencia.
Este remake, basado en el libro homónimo de ese rutilante representante de la novela negra norteamericana de los 70 que es Jim Thompson y bajo la dirección del director Michael Winterbottom, reconocido por “Welcome to Sarajevo”, nos sumerge en el universo retorcido de este asesino delirante, en quien la impiedad y la impasibilidad frente a sus víctimas contrasta brutalmente con su vida doble, anodina y rutinaria, en la que la violencia parecería algo totalmente impensable.
De allí que esta trama, narrada bajo una banda sonora algo voudevilesca, con voz interior en off y profusas ráfagas de Flashback que buscan contextualizar mínimamente cierta lucha del siniestro protagonista con su autismo moral, permite el sorprendente lucimiento de Casey Affleck, que logra pincelar aquí una actuación destacada, armado de una gélida mirada y de una reducida gestualidad, que acentúan la hipnótica depravación moral de su personaje.
Y Jessica Alba, la prostituta masoquista, como Kate Hudson, la amante, las copratogonistas femeninas, crean actuaciones precisas y ceñidas a ese sometimiento físico y sicológico que, en un opresivo crescendo, contribuye a la atmósfera asfixiante de las escenas de sexo sádico y las palizas brutales que, en sus mas duros momentos, acorralan al observador, enfrentandolo con crudeza e impotencia al enloquecido periplo de asesinatos, mentiras y suspenso.
La narración que surge de la mano visual de este director, experto en documentales mas que en cine tradicional, nos ofrece un carrusel emocional que al igual que permite presenciar diálogos tensos bajo el aire bucólico del Texas de los años cincuenta, también logra arrojarnos de narices a esas habitaciones cerradas en las que la espiral de violencia visual nos sujeta con fuerza a la butaca y nos iguala con las atónitas víctimas de este singular alguacil asesino.
Esta es una buena película, narrada, a veces, con pausa, y en otras, con ritmo trepidante, que carece de discurso moral y que nos muestra a sus personajes sin mayores matices sicológicos, privilegiando el discurrir simple pero contundente de este frenesí homicida, seguramente con la intención de que el juzgamiento final lo haga el que paga la boleta de entrada.
Y así debe ser.
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