Acabo de leer una tremenda cronica en la ultima revista Gatopardo. El cronista, un periodista ingles, nos cuenta con ojos asombrados sobre la cultura de la muerte que encontró en los barrios del Distrito de Aguablanca, una de los sectores mas populosos, pobres y violentos de Cali.
Es casi una confirmación de nuestros escritos anteriores, con un ingrediente adicionalmente doloroso: Que las venganzas entre los jovenes pandilleros y sicarios de estos sectores ya no se sacian con la muerte del oponente, sino que se han especializado en darle al rival un tiro certero y premeditado para convertirlo en un invalido de por vida. Es así como en muchos hogares de este sector es facil encontrar hombres que no superan los treinta años convertidos en paraplejicos o cuadraplejicos, negados desde esa edad temprana a toda esperanza de una vida normal.
No creo que pueda existir mayor refinamiento en la maldad y crueldad de estos jovenes, fruto de una sociedad deseperanzada y alejada de Dios. Todos los que vivimos en esta ciudad somos responsables, en una medida u otra, de este estado de cosas. Unos auspiciaron y acolitaron el asentamiento de valores mafiosos al interior de la sociedad caleña; otros, simplemente se hicieron los de la vista gorda y, muchos otros, usufructan en alguna medida la pobreza y la pauperizacion de estas comunidades, relegando a sus miembros a empleos indignos y mal pagos, o cerrandoles el paso a una minima inserción social.
Solo basta advertir que, por ejemplo, no se encuentra en Cali un solo cajero negro en ninguno de los bancos de la ciudad; o que cualquier joven, hombre o mujer, que viva en alguno de los barrios de este sector, dificilmente logrará emplearse en alguna de las empresas caleñas, al menos, no en las que mejor pagan.
Cuenta el cronista el caso de un niño de siete años que se salvó de quedar invalido porque el tiro que recibió se abrió paso por su pequeña cabeza y salió, pero se pregunta, a continuación, qué pasará con aquellas heridas del espiritu que casi nunca tienen orificio de salida...