13.7.05

EL SINDROME DE DORIAN GRAY

Las conversaciones en casi todos los lugares de esta ciudad giran por esta época en torno al deplorable estado físico de abandono en que se haya sumida la otrora llamada “Sucursal del Cielo”.

Sus avenidas centrales, polvorientas; las calles, resquebrajadas y plagadas de huecos; los separadores y zonas verdes, plenos de maleza y de árboles moribundos o maltratados; los edificios, descascarados; las zonas del centro, llenas de basura; los semáforos continuamente dañados. En fin, es un inventario largo y lamentable que ha tornado a Cali, la verdad sea dicha, en una ciudad fea, realmente fea.

Es indudable que la ciudad ha sufrido un proceso de franco deterioro en casi todos sus aspectos urbanísticos desde hace unos diez o quince años hacia atrás, proceso este frente al cual el ciudadano común se ha visto sorprendido y, por ahora, impotente. De las autoridades solo se recibe la inmodificable letanía de que es culpa de las anteriores administraciones, de la crisis fiscal de la ciudad, de la voracidad de los bancos y sigue un largo etcétera. Pero de soluciones, nada se oye y menos se ve.

¿A que se debe esta triste metamorfosis? Los factores pueden ser muchos y bastante complejos de explicar en esta líneas, pero existe una causa que sobresale entre todas: Un deterioro social y moral avasallante, que tiene repercusión e imagen en el físico. Prácticamente desde el comienzo del fenómeno del narcotráfico y del auge y caída del proverbial Cartel de Cali, hacia finales de los 80 y medianos de los 90, la ciudad perdió esa ansia alegre e innata en el caleño por la vida, ese ritmo pausado pero firme de progreso, todo lo cual cambió para darle paso al ambiente frenético, desdeñoso y violento de los nuevos ricos, cuya nueva generacion ahora padecemos.

Desde allí las tasas de homicidios y de actos violentos subieron como la espuma y no se han podido hacer disminuir significativamente hasta ahora, a pesar de las crecientes medidas coercitivas y de los gritos de jubilo del alcalde Apolinar Salcedo que, por estos días, echa al viento las campanas para anunciar el gran logro de que ya no matan a 10 caleños, sino a 7 diariamente. Sin embargo, las estadísticas oficiales se cuidan bien de mostrar que las lesiones personales, el atraco callejero, la extorsión a pequeña escala, y todos esas pequeñas delincuencias que agobian y desesperan, no han cedido y que, por el contrario, cabalgan sin freno hacia niveles nunca antes vistos.

Pareciera que toda esta situación se reflejara en el aspecto físico de Cali. Así como es natural hallar miseria en la casa del miserable, lo mismo se aprecia en una ciudad en donde sus ciudadanos se encuentran inermes y abatidos por el peso de una realidad azarosa respecto de la cual, alcalde tras alcalde, administración tras administración, muestran una evidente incapacidad o indolencia para cambiarla, para insuflarle vida al espíritu ciudadano, trayendo mas motivos de frustración y rabia al común de sus habitantes.

Mientras tales cosas dolorosamente se nos muestran a los caleños todos los días, no puede evitarse evocar aquí al atormentado personaje de la clásica novela de Oscar Wilde “El Retrato de Dorian Gray”, quien, segun se cuenta, podía ver reflejado en su retrato, paulatina e inexorablemente, la retorcida y horrenda transformación de su alma. Tal vez, como dicho personaje literario, lo que vemos en Cali realmente es el reflejo del alma tortuosa de una ciudad que lentamente se ha ido transformando, por acción u omisión de todos los que aquí vivimos, en algo inmostrable y vergonzoso.

LA CASA VACIA

La casa yace, yace sin remedio, fantasma de sí misma, yace, yace, la casa pasa por sus vidrios rotos, penetra al comedor que está hec...