8.5.20

LA CASA VACIA

La casa yace, yace sin remedio,
fantasma de sí misma, yace, yace,
la casa pasa por sus vidrios rotos,
penetra al comedor que está hecho trizas,
anida en las paredes desplomadas

Braulio Arenas


Las casas abandonadas tienen cierto encanto misterioso y repulsivo a la vez. Son como agujeros negros, que producen una inquietante sensación de vacío en quienes las ven. Con sus ventanas y puertas destartaladas, sus paredes desconchadas y su apariencia desvalida, asemejan cicatrices descarnadas que laceran la piel pétrea de la ciudad.

Hace algunos días ví una. De muros altos y grises, vetusta, que desde hace mucho tiempo se yergue, semiderruida, en una esquina céntrica de la ciudad. Sus paredes están agrietadas por el abandono y, descoloridas, exhiben impúdicas hendiduras que como heridas purulentas derraman hacia la calle miasmas verdes de una maleza pertinaz y salvaje que crece en sus amplios interiores.

Sus puertas exteriores se mantienen airosamente en pie, mientras se pudren sin remedio. Las altas ventanas permanecen herméticamente cerradas, pero con su pintura descascarada y grisácea parecen los ojos ciegos de la casa. Sus alares han desaparecido casi por completo y el techo solo cubre zonas aisladas, en las que tejas viejas y renegridas se balancean hacia la calle, meciéndose con el viento de la tarde con cierta gracia peligrosa. Es, por supuesto, una casa calva.

En sus andenes es usual encontrar estiércol humano o animal descomponiéndose al sol. Y el hedor que la circunda sirve de anuncio de la irremediable decrepitud de esa casa de aire republicano que, solitaria y agónica, luce abandonada para siempre.

Hoy pasé otra vez por su frente. Y una vez más, como la primera vez que la vi, le dediqué un fugaz pensamiento a quienes alguna vez la habitaron. Imaginé niños riendo y jugando en su amplio patio, mujeres conversando reclinadas contra el postigo de los airosos ventanales, hombres apaciblemente fumando en sus pasillos penumbrosos. Por eso, la pude ver viva en mi mente, porque como dicen los viejos versos de Vallejo: ”… una casa vive únicamente de hombres, como una tumba, solo que la casa se nutre de la vida del hombre, mientras que la tumba se nutre de la muerte del hombre.”

Se podría decir que la casa es ahora una tumba de sí misma. Y hoy inspiraba más tristeza y desolación. Es la tristeza de los que agonizan, porque tal vez sabe, en su antiguo espíritu de casa, que se muere irremediablemente, vacía de vidas que la ocupen. Nadie vive en ella ahora, probablemente nadie vivirá de nuevo nunca. Por tanto, bajo ese desolador destino, sus venas vitales lucen resecas y su alma se reduce a un calcinado y yerto esqueleto de ladrillo.

“Oscurecida te quedas viviendo, mientras el tiempo te recorre y la humedad gasta poco a poco tu alma” dicen los versos de Neruda.

Y yo los musito silenciosamente mientras me alejo de la casa vacía, que a mis espaldas sigue muriendo de soledad y abandono, amortajada por la indiferencia de la ruidosa ciudad.

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