Me gustan las películas esotéricas, misteriosas, salidas de lo natural. No lo niego, aunque el precio que he pagado muchas veces es el de tener que tragarme enormes sapos e indigestos bodrios. Pero, gusto es gusto.
Por eso fui a ver la ultima película de Clint Eastwood, Afterhere (que por acá se llamó Mas Allá de la Vida), protagonizada por el inefable Matt Damon y por dos coprotagonistas desconocidos (Cecile De France y Frankie MacLaren) pero que, en verdad, son las estrellas de este filme un tanto lánguido, de ritmo europeo, que sorprende en la filmografía de este octogenario director, de estirpe cinematográfica tan esencialmente gringa.
La trama tríptica de un vidente atormentado por un don que considera una maldición, de una periodista francesa que experimenta el umbral entre la vida y la muerte en medio del tsunami asiático y de un adolescente que no logra evadir el dolor y el acoso del recuerdo de su hermano gemelo, asesinado en una calle londinense, resulta suficiente para que Eastwood, haciendo converger estas tres historias, nos ofrezca su visión lírica de la transición a la muerte que todos experimentaremos inevitablemente.
Visión que, narrada con extraña parsimonia, a lo Lelouch, como dicen algunos, se aparta del truculento lugar común de fantasmas vengadores o protectores, para centrarse en el drama interior de aquellos que, enfrentados o conectados de una forma u otra con la muerte, parecen irremediablemente perdidos en un mundo escéptico que los deja atrás, los menosprecia o simplemente, los ignora.
La película no ofrece respuestas a las preguntas obvias que el espectador lleva a la butaca. A cambio, nos suministra un poco de esperanza y de consuelo, además de plantear una inusitada apuesta a que el destino, el mismo que cotidianamente ofrece vida y muerte, puede respondernos los acertijos cuando nos junta con otros que portan ese fragmento de verdad que el miedo o el dolor o el pasado, cualquiera que sea, nos ofrece como pasaporte para el mundo que nos tocó vivir.
Es clara la intención en la cinta de apartarse de toda expresión religiosa, como si Eastwood tuviera el afán de darnos una respuesta pura y personal del enigma de la postmuerte, aunque ese esfuerzo hace que sus personajes se vean mas extraviados y descorazonados que los que, por lo general, poblan sus películas mas recientes. De todas formas, el tema subyace sin respuestas y languidece con la solución facilista del final romántico que remata la película.
En conclusión, no es de lo mejor de Eastwood, ni siquiera en un ranking medio, aunque se aprecia el cambio narrativo, meticulosamente elaborado, y se le abona la intención de ofrecernos un ángulo distinto del dilema eterno de a donde vamos a parar cuando exhalamos el ultimo suspiro.
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