Después de leer la crónica y ver las estupendas fotos de don Alvaro Ramírez, quien nos reporta sobre el excepcional “veranillo” que por estos días agradablemente sorprende a los habitantes del fiordo noruego, -el cual el buen Álvaro atribuye al calentamiento global-, meditaba parado detrás de mi lluviosa ventana sobre la forma distinta en que por acá nos toca vivir el invierno. Nuestro invierno.
Lejos, muy lejos de la elegante nieve y las congelantes temperaturas nórdicas, en Cali el invierno (que según diría nuestra amiga Stirer, no es invierno sino temporada de lluvias porque el clima es idéntico todo el año) es atortolante. Ahora, por ejemplo, desde esta misma ventana veo una siniestra nube de un gris oscurísimo que parece aventarse en picada desde el cerro de Cristo Rey, aureolado por un manto lechoso que es sinónimo de un chaparrón fuerte.
Este invierno nos traslada inesperadamente entre temperaturas extremas. Extremas, claro, para calentanos como nos. En las madrugadas por las ventanas necesariamente abiertas se cuela un frío extrañamente intenso que de verdad obliga al acobijo. Las lluvias matinales, generalmente densas, apabullan y dificultan la levantada, sobre todo por el peso de la idea de tener que correr esquivando la mojada.
Avanzada la mañana la lluvia cesa o amaina a un nivel caminable y el frío le cede el paso a cierto aire calido que nos hace despojar del abrigo, la chompa o la chaqueta para reconciliarnos con el calorcito que lentamente aparece. El cielo tiende a estabilizarse entre un gris blancuzco y un azul tironeado de gris, en medio del cual el sol es solo una insinuación.
Al mediodía, o el sol ya calienta descaradamente o filtra su calor a través de la nubosidad de tal manera que la temperatura ha subido de tono y obliga al abaniqueo, al refugio del aire acondicionado o al duchazo obligatorio. O a todo esto junto. El calor es un vaho pegajoso, “bochorno” que llamamos por acá, que genera frentes y espaldas sudorosas y ropa que persiste en acoplarse con la piel melosa aun en la inmovilidad o bajo la sombra, cuyo único antídoto es el agua fresca de la ducha o el empelotamiento total.
Por las tardes, justo cuando el aire bochornoso oprime bajo un amodorramiento asfixiante, las nubes negras o grises que anuncian la lluvia vuelven a aparecer de cualquier lado y, sin que el calor ceda un ápice, se desgrana un aguacero intenso que silba amenazadoramente y relampaguea allende las montañas o en el mismo corazón de la ciudad. Generalmente llueve por lapsos cortos que escampan abruptamente. A veces la lluvia se escurre paulatinamente durante casi toda la tarde, encerrando la ciudad en un manto de agua que parece eterno.
Por eso aquí y ahora, detrás de esta prisión acuosa a la que nuestro invierno nos conmina, suspiro por el verano anticipado que en la lejana Noruega ahora disfrutan y sueño despierto con prados verdes y secos, con gaviotas que se remontan en un cielo sin nubes y con el gozo de un sol franco que invita a salir.
Lejos, muy lejos de la elegante nieve y las congelantes temperaturas nórdicas, en Cali el invierno (que según diría nuestra amiga Stirer, no es invierno sino temporada de lluvias porque el clima es idéntico todo el año) es atortolante. Ahora, por ejemplo, desde esta misma ventana veo una siniestra nube de un gris oscurísimo que parece aventarse en picada desde el cerro de Cristo Rey, aureolado por un manto lechoso que es sinónimo de un chaparrón fuerte.
Este invierno nos traslada inesperadamente entre temperaturas extremas. Extremas, claro, para calentanos como nos. En las madrugadas por las ventanas necesariamente abiertas se cuela un frío extrañamente intenso que de verdad obliga al acobijo. Las lluvias matinales, generalmente densas, apabullan y dificultan la levantada, sobre todo por el peso de la idea de tener que correr esquivando la mojada.
Avanzada la mañana la lluvia cesa o amaina a un nivel caminable y el frío le cede el paso a cierto aire calido que nos hace despojar del abrigo, la chompa o la chaqueta para reconciliarnos con el calorcito que lentamente aparece. El cielo tiende a estabilizarse entre un gris blancuzco y un azul tironeado de gris, en medio del cual el sol es solo una insinuación.
Al mediodía, o el sol ya calienta descaradamente o filtra su calor a través de la nubosidad de tal manera que la temperatura ha subido de tono y obliga al abaniqueo, al refugio del aire acondicionado o al duchazo obligatorio. O a todo esto junto. El calor es un vaho pegajoso, “bochorno” que llamamos por acá, que genera frentes y espaldas sudorosas y ropa que persiste en acoplarse con la piel melosa aun en la inmovilidad o bajo la sombra, cuyo único antídoto es el agua fresca de la ducha o el empelotamiento total.
Por las tardes, justo cuando el aire bochornoso oprime bajo un amodorramiento asfixiante, las nubes negras o grises que anuncian la lluvia vuelven a aparecer de cualquier lado y, sin que el calor ceda un ápice, se desgrana un aguacero intenso que silba amenazadoramente y relampaguea allende las montañas o en el mismo corazón de la ciudad. Generalmente llueve por lapsos cortos que escampan abruptamente. A veces la lluvia se escurre paulatinamente durante casi toda la tarde, encerrando la ciudad en un manto de agua que parece eterno.
Por eso aquí y ahora, detrás de esta prisión acuosa a la que nuestro invierno nos conmina, suspiro por el verano anticipado que en la lejana Noruega ahora disfrutan y sueño despierto con prados verdes y secos, con gaviotas que se remontan en un cielo sin nubes y con el gozo de un sol franco que invita a salir.
Que te propones vopa, matarnos de nostalgia a los que estamos afuera????
ResponderBorrarEsa descripción de la nube que se echa encima de la ciudad desde Crsito rey es asesina, me encogió el corazón de tristeza por estar lejos, pero gracias por esa bella foto de la ciudad que nos has regalado através de tu post. Un saludo.
Para Colombianos en Londres: A un amigo de mi casa, en Bogotá, le fascina el cielo gris y plomizo de la capital, justo cuando está apunto de llover porque dice que le recuerda Londres. Diversos puntos de vista. Ahora vive en Europa y lo mata el polen cada primavera.
ResponderBorrarEsyoy de acuerdo en que esta de vopa es un muy buena foto a punta de letras
Definitivamente me quedo con el "invierno" de Colombia. El invierno europeo con temperaturas bajo cero en algunas ocaciones es bueno, pero si durara dos meses, pero cuando el frio comienza en otoño a finales de septiembre y termina a mediados de marzo o comienzos de abril, como en Francia definitivamente, aburre.
ResponderBorrarEn Costa Rica, está por terminarse el verano. Las lluvias torrenciales aunque esporádicas aún, comienzan a llegar con más frecuencia. A diferencia de Colombia, acá el verano comienza en diciembre y termina en mayo. El resto son lluvias intensas de varias horas cada día, con alguno que otro descanso. Por estos días, el sol alumbra con intensidad en las mañanas y en las tardes nubes negras como las que vopa ve a través de su ventana, ensucian el cielo. En Colombia, a mediados de septiembre llega un verano que aguanta hasta diciembre. Acá, por lo que resta del año, al "mono Jaramillo" no lo veremos sino muy de vez en cuando, hasta Navidad.
ResponderBorrarA Colombianos en Londres:
ResponderBorrarBueno, tampoco esa es la intención, pero gracias por el comentario. En este momento hay un dia fresco y el sol brilla esplendorosamente, supongo que en Londres no. Saludos
A mauricio duque:
ResponderBorrarSi, es cierto que la nostalgia nos persigue como la sombra en donde quera que estemos, aqui por lo de alla y alla por lo de aqui. Gracias por el comentario.
A El Fotografo:
ResponderBorrarCondicion humana inevitable: Abrrirse de todo despues de un tiempo, asi sea bello, bueno y barato.
A Marsares:
ResponderBorrarGracias por el reporte climatico. Supongo que cada clima y cada pais tiene sus ventajas y sus males, pero lo mejor siempre será lo propio, asi sea pasado por agua.
Por que sera que se quejan tanto del clima en Europa pero no se devuelven a la "tierrita"????
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