18.8.05

Papá Uribe

Por principio hemos querido sustraernos en este blog de hacer comentarios políticos, por varias razones, la principal de las cuales es que, en nuestra humilde opinión, ese segmento esta mas que saturado.

Si tenemos en cuenta que cualquier hecho o pugilato político merece un despliegue inmediato y a fondo de los medios periodísticos, resulta mas que cansón volver a comentar sobre la ya dicho sobre este tema durante horas y horas por Arízmendi, Gossain, Julito y el interminable desfile mañanero de políticos y analistas invitados, amén de las obligatorias referencias en los noticieros de TV, en las columnas de los Dartagnanes, Santos, Pombos, Benedettis, López y demás y, para encimar, en los sesudos artículos de Semana, Cambio, El espectador, etc. De todas maneras, después de todo esto, no queda casi nada por decir.

Esta necesaria explicación inicial se justifica por el titulo de este post, que puede ahuyentar a mis amigos lectores (o, quien quita, atraer a otros) bajo el entendible equivoco de que aquí vamos a tocar el manido tema del presidente Álvaro Uribe y su reelección, o algo parecido. Sin embargo, corriendo ese riesgo, queremos aventurar una opinión desde otra óptica sobre el indudable fenómeno popular que representa nuestro singular presidente en un país como el nuestro, tan arisco en materia de afectos políticos.

¿Cuál podría ser una explicación aceptable y novedosa, fuera del campo de las argumentaciones políticas propiamente dichas, en relación con esos niveles de popularidad y aceptación que tiene por estos días Álvaro Uribe? Cuando uno ve e intenta analizar las encuestas que se han realizado sobre este tema, se convence cada vez mas que estamos ante un fenómeno que va mas allá de la simple coyuntura política.

Y esto surge del hecho de que si bien la gestión del presidente Uribe, comparada con la de sus mediocres y pusilánimes antecesores, se destaca, realmente uno no podría mostrar ningún área socioeconómica en la que Colombia haya avanzado a un nivel como para que nuestro personaje se merezca tan descrestantes y favorables cifras de aceptación publica. El crecimiento económico hasta ahora es mas bien bajo, el desempleo ha cedido más por cuenta del subempleo o porque los desempleados se mamaron de buscar trabajo, la corrupción se muestra mas o menos igual, el nivel de vida de los estratos 4 para abajo sigue de capa caída, y así podríamos seguir enumerando otras facetas de la vida nacional que se encuentran en el mismo rango. De modo que por allí no es la cosa.

La gran bandera parece ser la de los logros en materia de seguridad. Sin embargo, bajo una lupa moderada, reconociendo que en realidad las cifras muestran una ostensible mejoría en esa sensible materia y adicionando el hasta ahora exitoso proceso de desmovilización de los paramilitares, al final del mandato de Uribe no se puede mostrar ninguna acción o logro de esos espectaculares, a los que uno les pueda colgar el aviso de que este fue el hito con el que el Presidente se echo al bolsillo al país.

Entonces solo queda el campo de la especulación. Y es allí en donde nos meteremos para ensayar nuestra teoría, que si bien puede ser ingenua y un tanto imaginativa, de todas maneras cabe perfectamente en el vacío retórico en donde han venido a caer las explicaciones y las tesis que he leído y oído sobre el fenómeno Uribe.

Para ello, digamos que Colombia es un país de desafectos. Si algo ha gestado nuestra identidad es precisamente la guerra y la violencia, consecuencias mas que lógicas de una sociedad privada de un afecto verdadero y perdurable por su vecino, por su coterráneo, por su prójimo y hasta por sus hijos y hermanos. La vieja frase de Marx de que la violencia es la partera de la historia se ha hecho carne y verbo entre nosotros, que desde que somos nación hemos hecho de las luchas intestinas el motor de nuestra identidad colectiva.

Pero, aun más allá, este es un país de huérfanos. La familia, como tal ha venido sufriendo una verdadera y calamitosa transformación, por cuenta principalmente de varias generaciones de hombres para quienes la responsabilidad de ser padres está ubicada en la ultima escala de sus prioridades personales. Las cifras estadísticas al respecto son elocuentes: El delito de inasistencia familiar es el que mas atiborra los estantes judiciales, aspecto que traducido a lo material implica la existencia de miles de hogares desarticulados y millones de niños y niñas que se levantan sin la presencia física y emocional de un padre o de una figura paternal formativa. La misma violencia política y delincuencial ha arrebatado a muchos hijos la posibilidad de un padre que, muerto, secuestrado o desaparecido, está tambien ausente. Muchos miles van se encuentran en el exterior, tratando de ganarse el sustento de sus hijos, que crecen a miles de kilómetros sin la presencia de sus padres.

Y si a lo anterior le sumamos lo que se denomina el abandono afectivo o emocional, que consiste en padres que, si bien proveen en lo material, son completamente ajenos o inexistentes en lo afectivo, tendremos muchos niños y jóvenes más que se levantaron, y se levantan aun, en medio de ese autismo emocional de sus padres, sin amor paternal, sin los derroteros de una autoridad serena pero firme, de un amor que se manifiesta y que, por eso mismo, amorosamente disciplina y forma.

Bueno, se preguntara el fatigado lector, y todo esto que tiene que ver con Uribe? Pues mucho, según nuestra tesitura. Lo único realmente novedoso que ha hecho el Presidente, no sabría decir si con deliberada intención o no, es clavar sus banderas en la desconocida e inexplorada, pero cierta y amplia montaña de la orfandad nacional. Es el nuevo papá de todos. Él es el que, como en sus celebres consejos comunitarios, habla, pontifica, ríe, regaña, piropea, promete, baila, canta, en fin, hace de todo, pero siempre está allí. Incluso, sus famosos diminutivos tienen esa connotacion. Si hay algo de lo que nadie puede quejarse es de no haber visto a papá Uribe en acción. Y como un padre, mas que otra cosa, es como ha asumido su rol. Hasta con sus detractores y opositores, a quienes inicialmente confronta agriamente para después, como un patriarca perdonador y bonachón, recibirlos y sentarlos en sus rodillas para recibir la cordial amonestación y, en muchas ocasiones, el premio por su ejemplar sometimiento a la autoridad paterna.

Solo una situación así logra explicar cual es el vinculo que genera la aceptación de Uribe como figura publica entre los diversos estratos sociales del país. Únicamente el abrazo uniforme del desafecto paternal logra cobijar por igual la común opinión favorable sobre el mismo personaje del campesino de una perdida aldea en el Cauca, de una pauperizada madre cabeza de familia del Distrito de Aguablanca y de un señor bien del Jockey Club. Todos quieren, o queremos, un papá. Y ahí está Uribe.

Por eso, propongo como estribillo nacional ese grito tan conocido en los estadios de fútbol del país: ¡¡¡Colombia, Uribe es tu papá!!!

9.8.05

LA CÁRCEL MÁS GRANDE DEL MUNDO


El escritor Milan Kundera en su novela “La Inmortalidad” plantea lo que, en su sentir, sería la ciencia del futuro: La Imagología, que es algo así como la ciencia que se ocupa de manejar, perfeccionar y elevar a su máxima expresión la imagen de las personas por sobre cualquier otro tipo de valor moral, social, cultural, etc., que estas tengan.

Para corroborarlo, propone el escritor la siguiente prueba: Imagínese el actor o la actriz de cine o t.v., o modelo, o persona bella y famosa que usted más admire y desee. Qué escogería si se le propusieran estas dos alternativas: a) Salir una noche con esa persona famosa, dentro de la cual podrían ir al restaurante de moda, a la discoteca mas concurrida y podrían dejarse ver en los lugares mas públicos, en poses de romance y demás, a condición de que, en realidad, nada mas pasaría entre usted y esa persona; o b) Tener la noche mas romántica y apasionada con esa misma persona, en la cual pasaría todo lo que puede pasar entre ambos, incluso íntimamente, con la condición de que nadie más lo podría saber, a excepción de ustedes dos.

La capciosa prerrogativa es, en realidad, todo un tratado moral y ético de lo que mueve a las personas en el mundo actual. Es una variable de la sempiterna pregunta de sí es mejor ser que parecer, o viceversa. Y aunque el impulso inicial podría ser el de defender la integridad personal, la dignidad y cosas parecidas, en realidad la idea de ser admirado por los demás, y hasta envidiado, por algo que se es o que se tiene es irresistible para la mayoría de las personas a un nivel muy próximo a la adicción.

Los que mejor conocen esta motivación humana son los medios publicitarios. Casi toda la publicidad actual gira en torno del principio de que todo entra por los ojos, incluso el amor y la felicidad, valores estos que antes siempre se dejaban apartados, como una especie de reserva virgen en medio de la jungla espesa y salvaje de los artificios económicos y sociales, tan caros al hombre moderno. Pero ya no. Ahora, tener el carro del año, los dientes mas blancos, el detergente mas blanqueador y el papel higiénico mas suave te debe llevar al paroxismo de la felicidad.

Alcanza advertir uno que la publicidad, esa cómplice desalmada de los antivalores mas recalcitrantes, de verdad te atosiga, te persigue hasta en la cama, para convencerte, mas allá de toda duda razonable, de que tu felicidad, la de tu familia y la del mundo entero, pasa obligatoriamente por todas esas pautas artificiales. Y, de tanto difundirse, repetirse y hasta reproducirse tan perniciosas ideas se te quedan en una zona penumbrosa de la mente y comienzan, no se sabe cuando ni como, a determinar inadvertida pero inexorablemente tu comportamiento y tus pensamientos, hasta que descubres, casi siempre muy tarde, que te engulleron y que has vivido por años en su vientre enceguecedor de falsas necesidades y de ansiedades interminables por tener o poseer a toda costa.

El escritor Max Lucado dice que la prisión más grande, superpoblada e irredenta es la de la necesidad humana. Sus prisioneros siempre tienen necesidad de algo. Algo más grande, más hermoso, más rápido, más delgado, más nuevo. Y cuando lo consiguen y creen haber salido de la prisión, de pronto lo conseguido se desvanece, se gasta, se avejenta, se daña. Y vuelve la necesidad, y junto con ella el chirrido de las rejas que te vuelven a enclaustrar al descubrir que necesitas otras cosas. O las mismas, pero mejores. Y así, hasta el infinito.

Cuantas cosas de todo tipo no se han sacrificado en el altar de la imagen propia. Cuantos sacrificios, desvelos, luchas, angustias no se padecen por conservar un breve jirón de imagen propia. Familia, matrimonio, hijos, amistades, muchos nexos y afectos languidecen hoy como flores marchitas al pie del pedestal de una imagen publica. Y, no suficiente con eso, hasta el mismo cuerpo es arrojado al fuego devorador del sacrifico por ser alguien o por valer o tener algo que los demás puedan reconocer.

Y que difícil es mantener ese reconocimiento ajeno, no solo por esquivo, sino por efímero, costoso y voluble. Por eso, las vidas construidas en torno a la imagen terminan siempre derrotadas, aun el pináculo, aun en la cima del olimpo del éxito. Porque nada permanente y sólido se sostiene sobre el humo. Porque las casas construidas sobre arena no sobreviven al embate de los vientos recios ni a las tempestades de la vida. Cuando murió John D. Rockefeller, uno de los hombre mas ricos de su época, alguien le pregunto a su contador: “Bueno, y cuanto dejó John D.?”, a lo que aquel contestó: “Todo”.

La cuestión está planteada. Preguntémonos, entonces, qué nos determina a levantarnos cada día y entregarnos a la batalla diaria. Interroguémonos si lo que hacemos, pensamos, decimos, vestimos, usamos, etc., tiene como motor la necesidad de que los demás nos vean de cierta forma, o si tenemos verdades más profundas que trascienden esa lustrosa pero deprimente epidermis publica con la que nos vestimos todos los días.

Entonces, tal vez, después de este ejercicio simple, decidamos qué es mejor para el resto de nuestra vida: Si tener una intima y permanente cita con la verdad o una ostentosa gira publica con la mentira.
P. D. Fotográfica: Fuente Cali es Cali

8.8.05

EL CULILLO DE POLO

El alcalde Apolinar Salcedo, conocido como Polo por sus íntimos, es un personaje singular. Y no solo por su ceguera física, que lo proyectó, por su innegable origen popular, en la campaña electoral pasada como una especie de paladín de la pobreza y la minusvalía, un típico “self made man”, dueño de una ascendente carrera política, sino, y sobre todo, por cuenta de sus actitudes como mandatario de los caleños que, en el mejor de los casos, podemos calificar como inextricables.

Durante sus años como concejal de la ciudad su desempeño fue mas bien gris. Aparte de su limitación física, que siempre ha utilizado, -aunque no se sabe si concientemente o no-, como un sello personal de simpatía automática, que por si mismo lo destaca en un medio a veces tan pueblerino y parroquial como el nuestro, ningún rasgo destacado de su personalidad o de su gestión le conocemos. Ni siquiera ahora, cuando gobierna la tercera ciudad más importante del país.

Lo que sí es indudable es que hoy por hoy, cuando ha transcurrido casi la mitad de su periodo, su popularidad y su imagen como alcalde están por el suelo. Según una encuesta publicada hace algunos meses, la aceptación y la calificación de su gestión por los caleños rondaban alrededor del 30%, lo que lo ubicó en ese entonces como el peor ranqueado dentro de los alcaldes de las ciudades capitales del país. Y el asunto no debe haber cambiado sino para empeorar, si juzga uno por los cada vez mas desfavorables comentarios que se escuchan por los cuatro rincones de la ciudad. Tal vez sea por eso que nadie volvió a publicar encuestas al respecto, cuyos resultados serían seguramente desastrosos.

Y es que las vicisitudes de este gobierno no han sido pocas. Aparte de heredar problemas gravísimos como el de la intervención de Emcali, el déficit fiscal de la municipalidad, la destrucción de mas del 70% de la malla vial y otras mas, se le han presentado “chicharrones” que han saltado a la palestra publica por cuenta principalmente del pésimo manejo que el alcalde Polo y sus colaboradores les han dado, dando muestras de una sorprendente facilidad para contradecirse impunemente, para asumir posiciones insostenibles e impopulares a ultranza y, sobre manera, para aparecer siempre como haciendo algo al respecto que, al final de cuentas, ningún resultado palpable arroja.

Así ha pasado, por ejemplo, con los problemas de manejo del espacio publico, con el arranque de las obras del Mío (que es el Transmilenio de acá), con la autorización para la venta de pólvora (que debió echar abajo cuando se le comprobó que varios empresarios polvoreros habían hecho aportes importantes a su campaña política), con la enigmática y poco explicada concesión del recaudo de los impuestos municipales a una empresa privada por un periodo de ¡15 años!, y, ahora, con el ingreso potencial a la ciudad de mas de 3.000 taxis, siendo que ya circulan por las atestadas y cada vez mas escasas vías cerca de 20.000 carros amarillos.

El asunto de los taxis arrancó hace varios años, durante el gobierno del alcalde Mauricio Guzmán, ex presidiario confeso del célebre proceso 8.000, cuando cierto empresario avivato instauró una tutela invocando el derecho a la igualdad para esquivar una resolución municipal que congelaba la concesión de nuevos cupos para taxis. El fallo fue favorable al accionante, no tanto por el merito de la demanda sino por el inexplicable descuido judicial del entonces asesor jurídico de la Alcaldía Carlos Campillo, sagaz abogado litigante y asesor jurídico de varias empresas de transporte de la ciudad, que se hizo multimillonario a costillas de demandar al Municipio con inusual éxito por cuanto asunto se le encomendara y que, por esa misma razón, fue designado en ese cargo con la evidente intención de que, conocedor como el que mas de los flancos débiles de los procesos administrativos, pudiera garantizar un freno a la avalancha de demandas y pago de indemnizaciones que consuetudinariamente habían asolado las arcas municipales. Hoy se rumora que entre el señor Campillo y el ex alcalde Guzmán tienen, a través de terceros, cerca de 1.000 de los cupos en disputa. Pero, bueno, esto es solo un rumor.

El caso es que nada se hizo para afrontar el fallo a su debido tiempo. Envalentonados por la existencia de tan suculenta decisión judicial, varios empresarios del transporte local decidieron “pegarse” de ella para reclamar cupos para taxis, hasta que el asunto llegó a la increíble suma de mas de 6.000 cupos otorgados vía tutela (si cada cupo puede tener un costo actual de entre 15 y 18 millones de pesos, hagan las cuentas de que platica está involucrada en el asunto), llevándose de calle no solo el decreto municipal ya mencionado, sino tambien claras normas de orden nacional que buscaban, y buscan aun, el descongestionamiento vehicular y el acondicionamiento a los nuevos sistemas de transporte masivo de las grandes ciudades.

Lo más extraño del asunto es que todo esto era prácticamente desconocido hasta que los “afortunados” empresarios desempolvaron los fallos de tutela y decidieron, todos a una como en Fuenteovejuna, instaurar incidentes de desacato por cuya cuenta el juzgado requerido ordenó al alcalde Polo cumplir con el otorgamiento de los dichosos cupos, so pena de ir a la cárcel, pagar millonaria multa y, de todas maneras, tener que acatar de cualquier forma las ordenes judiciales. Y ahí fue Troya.

Ante esta encrucijada, en lamentables declaraciones, que le dieron a los caleños la inevitable impresión de tener como mandatario a un hombre extremadamente temeroso, o “culilloso”, como se dice popularmente, mas preocupado por no ir a parar a la cárcel que por defender los intereses de la ciudad, nuestro inefable Polo salió a decir que no había mas remedio que otorgar todos los cupos. Y las justas protestas de los taxistas no se hicieron esperar, quienes agobiados por el ostensible detrimento de sus ingresos diarios por cuenta de la comprobada sobreoferta de taxis, se tomaron durante varios días las calles principales de la ciudad, contribuyendo a desquiciar el transito, ya de por si colapsado por las obras del MIO y la escasez de vías.

Como respuesta la Alcaldía sacó a relucir hace unos días, con apresurado triunfalismo, que había negociado con el accionante la concesión de la mitad de los cupos, algo así como 3.000, con lo que pretendía solucionar el problema jurídico. Sin embargo, las protestas ciudadanas continuaron y el eterno salvavidas de la ciudad, el presidente Uribe, debió enviar a altos funcionarios del gobierno central a dejarle bien claro al alcalde Polo que ni de riesgo se iba a permitir tal desafuero. Ahora se está esperando una resolución del Ministerio de Transporte declarando ilegal los cupos mencionados, bajo la cual Polo se piensa guarecer como un torero corneado en medio de una pésima faena.

Todo esto confirma lo que veníamos sospechando los caleños: Que después de los últimos tres desastrosos gobiernos municipales que hemos padecido, íbamos a ser capaces de elegir uno peor, aunque eso pareciera imposible. Y ahí lo tenemos. Por ello solo podemos exclamar como plegaria: ¡Señor, dinos en dónde hallaremos al alcalde que necesita esta ciudad, digna de mejor suerte con sus gobernantes!

6.8.05

LA CAPITAL DEL BISTURI

Desde hace algún tiempo viene afirmándose que Cali se ha convertido en algo así como la Capital Mundial de la Cirugía Estética. Y lo dicen, a voz en cuello, los medios de comunicación, las autoridades civiles, eclesiásticas y militares, los taxistas, los ciudadanos de a pie, en fin, todo el mundo. Y, claro, ni más faltaba, también los cirujanos plásticos.

Tengo en mis manos una revista de belleza, de esas que regalan en las peluquerías y salones de belleza (que, ojo, no son lo mismo, pero después les explico) y contabilizo, atónito, que entre clínicas, centros, consultorios y médicos cirujanos dedicados a la lipoescultura y otras hierbas, hay mas de trescientos en la ciudad. Y eso solo los que aparecen en esa revistica.

Luego, sí, en efecto, es cierto, nos creímos el cuento y de verdad nos hemos convertido en los primeros industriales y productores de traseros y tetas de silicona del mundo. Pero, ¿Cómo se produjo esta transformación estética-corpo-facial de Cali? ¿A qué horas se acabó la producción de belleza por las vías naturales y sabrosas de todos conocidas y las reemplazó la aséptica y deplorable de los quirófanos y la silicona? Averígüelo Vargas.

Sospecho, sin embargo, que es el resultado a largo plazo de la cultura y los gustos mafiosos que han atribulado a la ciudad desde hace varios lustros y que impusieron a la brava la imagen de una mujer vulgarmente voluptuosa, de pechos desproporcionados y traseros prominentes, ambos antinaturales pero impactantes a la vista, tal como les gusta a los señores que sabemos. Y, claro, ahora es común encontrarse a toda hora y en cualquier parte de la ciudad a cierto tipo de mujer que parece fabricado con molde. Se peinan igualito, con el mismo tinte de pelo, con tetas voluminosas e incontenibles, con nalgatorio insólitamente redondeado como con compás, pero todo, de la cabeza a los pies, desaforado, irreal y tristemente artificial.

Supongo que las primeras en someterse a los procedimientos quirúrgicos de marras fueron las esposas y las amantes de los traquetos de antaño, que serian las únicas que tenían la plata y el tiempo ocioso para someterse al costoso bisturí. Después, moldeadas como ridículas pero ostentosas barbies criollas, salían (y aun salen) a las discotecas, restaurantes y centros comerciales de moda para mostrarse, y ser mostradas por sus orgullosos y peligrosos maridos, con todos los aditamentos carnales recién adquiridos.

Así empiezan las modas y esta no fue la excepción. Muchas, entonces, quisieron para sí los llamativos “juguetes” sin importar el costo. Y supongo también, que ante tan carnudo y bien remunerado boom, muchos profesionales archivaron sus especialidades tradicionales, condenadas al hambre por cuenta de las EPS, IPS y similares, y corrieron a especializarse a cuanto lugar o país en el que universidades, tecnológicos y escuelas ofreciera cursos, cursillos especializaciones, seminarios de fin de semana o clases por correspondencia que los acreditara como cirujanos plásticos. Y llegaron por cientos, con sus larguísimos currículos, vaya a uno a saber si tambien artificiales, a instalarse por toda la ciudad en clínicas, consultorios y hasta garajes, a ofrecer la ilusión de un rostro y un cuerpo perfectos por un manojo de billetes.

Pero fugitivos o muertos la mayor parte de los patrocinadores de la belleza de quirófano y, consecuentemente, desplatadas las nuevas aspirantes a la lipolobería, los costos quirúrgicos fueron cediendo ante la mayor oferta, por lo que se generó el apetecible mercado de las colombianas residenciadas en el exterior y algunas extranjeras que vieron la posibilidad de acceder, a precios muy asequibles, al levantamiento de cola, estirado de cara, inflamiento de pechugas y demás. Por eso, ahora vienen por oleadas a este nuevo paraíso de la cirugía plástica, a gastarse sus dólares en los innumerables tratamientos que existen y a irse de regreso transformadas en apetecibles muñecas de plástico, seguras de ver materializados así sus miopes sueños.

El asunto ha llegado a tal extremo que un seriesísimo Secretario de Salud Municipal anunció hace algunos meses, sin que se le saliera ni una leve sonrisa, la implementación de un programa oficial de cirugía plástica para los estratos 1, 2 y 3. Después, fue posible ver vendedoras de chontaduro, carretilleros, verduleras, muchachas del servicio y otras similares haciendo cola para obtener una lipoescultura por cuenta del erario publico. No sé que pasó con tan encomiable iniciativa, pero no se volvió a saber nada del asunto, justo cuando tenia convencida a mi mujer para que sacara carné del Sisben e hiciera la cola respectiva. Valía la pena.

Y no son solo las mujeres. También los hombres han entrado en el afán de la cirugía estética y ahora es común ver a algunos de estos ejemplares correteando cirujanos para que les desarruguen el rostro, les achaten la barriga, les hagan un trasero atractivo y veinte mil cosas más. En la revista que leo aparecen los puntos del cuerpo masculino dignos del bisturí y aparece el miembro viril como eje central de tal labor. Aparte de que solo imaginarme un bisturí por esos lados me destempla los dientes, francamente me parece exagerado que un tipo quiera hacérselo respingar, mejorarle la sonrisa o redondearle las orejas.

No creo que de verdad Cali, como ciudad, se beneficie económicamente de esta dudosa bonanza, pues es evidente que la plata que genera, que debe ser mucha, se queda en manos exclusivamente de los cirujanos plásticos, que se la gastan en Miami o en Europa, o abriendo cuentas en el exterior para que no se les desvaloricen los dólares o no los secuestren. La mano de obra que se ocupa es limitadísima y muy calificada, así que en nada incide en el alto desempleo de la ciudad. Las materias primas son casi todas importadas, a menos que alguien se invente unas prótesis de yuca o de bagazo de caña. El sector turístico ni se entera de los visitantes que arriban por estos estéticos motivos, pues ningún operado va a restaurantes, sitios de diversión o similares durante el post operatorio y, apenas están en disposición de viajar, salen disparados para sus ciudades y países de origen.

Al final, lo único que nos queda es la gran preocupación por el futuro que les espera a nuestros sufridos ojos cuando dentro de diez o quince años, por cuenta del incontenible paso del tiempo y de la irresistible fuerza gravitacional, tengamos que ver cuando todas esas tetas y traseros siliconados empiecen inevitablemente a decaer, a doblarse, a colgar inmisericordemente de los lánguidos pellejos que ahora los contienen y a arrastrarse por las calles de la ciudad como vergonzantes cuentas de cobro a la vanidad y a la frivolidad humanas.
PD Fotográfica: Arriba: Una de las dos no es como la otra, es diferente de todas las demas. Adivina, ¿cual tiene silicona? En el Medio: Garantizo que el unico que no tiene silicona es el gato. Abajo: Estiramiento facial patrocinado por la Alcaldia de Cali para estratos 1, 2 y 3 (Fuente: Cali es Cali)

5.8.05

CURSO DE CONDUCCIÓN

(Con el debido permiso, claro está)

Mi mujer soltó la pregunta en medio del minuto 40 del segundo tiempo, precisamente cuando mi equipo ganaba por un escaso y sufrido gol de diferencia en el ultimo partido para clasificar a la final del campeonato. “¿Mijo, puedo aprender a manejar?”

Mi mente, siempre alerta ante el peligro aun en medio de las situaciones mas adversas, alcanzó a captar la pregunta al final del alarido que al unísono lanzamos el locutor y yo cuando el balón pasó rozando el segundo palo de la portería del equipo contrario. La miré con incredulidad, pero me desconcertó que siguió hojeando la revista que tenia en sus manos. Fue una horrible alucinación, me dije y me embebí en el final del partido. Sin embargo, junto con el ultimo pitazo del arbitro, retornó la infamante pregunta: “¿Oiga, mijo, será que puedo aprender a manejar carro?”

Ahora sí mi cerebro saltó sorprendido, no, mejor sería decir, atónito. No era posible lo que oía. Esa mujer que yacía a mi lado, la misma que ha inspirado desde muchos años atrás innumerables pasiones y ternuras en mi varonil corazón, la misma a la que elegí entre millones como la progenitora idónea para mis hijos y como compañera para toda la vida, la misma que durante nuestra vida juntos, como rasgo inmarcesible de su feminidad, nunca había manifestado interés ni conocimiento alguno sobre asuntos mecánicos o de trasporte publico o privado, ahora me sorprendía, en una situación de total indefensión, con tan espinoso asunto.

Primero sonreí, claro, por ser posible que el asunto fuera en broma, pero la sonrisa se congeló en mis labios cuando leí en sus ojos serios que sí, que había tomado la fatal determinación. Mi cerebro, saliendo del estupor, fraguó a millón los argumentos que podía alegar en mi defensa. Le dije, con toda la seriedad que pude, que eso de manejar en esta ciudad no era bueno, que se quebraban las uñas, que se corría el maquillaje, que atracaban en los semáforos, que las llantas se pinchaban, que los carros se varaban por cualquier cosa, en fin, aduje las mejores y mas irrebatibles razones, pero ella solo se limitó a sonreír con un desarmante “no importa, papi” a flor de labios.

Me sentí desfallecer. Imágenes dantescas de carros estrellados, farolas colgando, perros destripados, puertas rayadas, cajas de cambio trabadas, levantadas nocturnas para ir a desvarar carros por gasolina, mecánicos verracos, etc. desfilaron por mi mente. Pero mi mujer insistía.

Le dije que recordaba haber leído que los técnicos de la NASA habían concluido que el problema del ultimo trasbordador se debió a que lo manejaba una mujer y que por esa razón todos en la Tierra ahora hacían fuerza para que se quedara viviendo en la estación espacial. Se rió. Que si eso no era poco, que recordara que en la ultima trasmisión del Challenger ( o fue el Columbia?), el mismo que explotó en el aire hace unos años, se escuchó a la única mujer de la tripulación decir: “Oigan, déjenme manejar un ratico...” segundos antes del desastre. Mi mujer volvió a reír cuando me dijo que si mi pichirilo era un trasbordador espacial, entonces ella era Natalia Paris. Mi mente evocó a Natalia Paris y, claro, le di toda la razón sobre mi exageración. Pero volví al ataque, una y otra vez. Y una y otra vez fui derrotado. No había remedio, había que pagarle el curso de conducción.

Mi mano tembló cuando conté los billetes de la cuota inicial del curso de manejo, temblor que se incrementó cuando me tocó pagar los $50.000 adicionales que me cobraron por tratarse de un caso de persona “muy nerviosa”, tal como mi mujer había puesto subrayado en el formulario de ingreso. Pero el que tiembla ahora es todo mi cuerpo, porque hace quince minutos la vino a recoger uno de esos ignotos héroes modernos que son los instructores de manejo para mujeres nerviosas.

Acabo de encender todos los radios de la casa en emisoras especializadas en hechos de sangre. Tambien sintonice el televisor en el canal local que tiene un programa sobre personas desaparecidas y desastres de las ultimas veinticuatro horas. Hice una llamada anónima de amenaza terrorista a la policía de transito dando la placa del carro de instrucción. Llamé a mis familiares y conocidos para que en las próximas dos horas guardaran sus vehículos o al menos se orillaran en un andén durante ese tiempo. Y, bueno, tengo que terminar este blog apresuradamente porque en mi mente enloquecida escucho sirenas de ambulancia, estrépitos de latas y chirridos de llantas.

Dios nos ayude, mi mujer está aprendiendo a conducir.

LA CASA VACIA

La casa yace, yace sin remedio, fantasma de sí misma, yace, yace, la casa pasa por sus vidrios rotos, penetra al comedor que está hec...