4.5.12

LIRICA DE LA INFELICIDAD ("MIENTRAS DUERMES")





No existe mejor y mas privilegiado espectador de todos los dramas, sinsabores y efímeras felicidades de cualquier vida que el silencioso, invisible y socarrón conserje o portero de cualquier edificio. Agazapado detrás de la barrera teórica de la recepción, capta, ve, analiza y concluye lo que quiera y de quien quiera. Total, a casi nadie parece importarle lo que haga o piense.

Por eso, un portero o conserje infeliz, es decir, un ser incapaz de ser feliz, podría convertirse en una inagotable fuente de infelicidad comunal, hasta el punto que puede lograr, a voluntad, borrarle de la cara cualquier vestigio de felicidad a cualquiera de sus inquilinos, según el grado de veneno que su labia sibilina destile: el chisme urticante de un vecino, la carta indeseada e inoportunamente entregada, el inesperado comentario negativo sobre su apariencia física... las posibilidades de hacer infeliz a otros resulta infinita.

Y César, el oscuro protagonista de esta interesante película del director Jaume Balagueró es esa clase de conserje, que acecha, como un coto de caza, a Clara, la bella y risueña muchacha a la que se ha empeñado borrarle, a como de lugar, la sonrisa matinal con la que lo saluda, sin saber que ese hombre de apariencia amable y actitud melosa, es, en realidad, el verdugo de su sueño y el dueño impensado de su cuerpo, todas las noches en las que se desliza sigilosamente por su apartamento en pos de su ingenua e indefensa presa.

"Mientras duermes" sacude al cineasta, pero no bajo el mazazo visual de un terror efectista o un suspenso frenético, sino mediante el lento y hostigante acecho del siniestro portero, en el cual el espectador, como testigo impotente, es involucrado, y casi arrastrado, por el lente acosador de una cámara que conspira, que se arrastra por los rincones oscuros del apartamento de Clara, que se explaya en la oscuridad y que, al igual que el victimario, parece deleitarse con la indefensión asfixiante de la víctima.

Esta buena cinta nos conduce, con paso pausado y firme, por los intrincados vericuetos de la mente perturbada de este conserje acosador, que desde las primeras escenas, anuncia que su gran problema es encontrar una sola razón para levantarse de la cama todos los días, que juguetea con el suicidio al borde del abismal borde de la terraza de su edificio y que consuma su obsesión: extinguirle la sonrisa feliz a Clara, para encontrar en el rictus amargo de su llanto la razón perdida de su vida.

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