27.10.07

ENTRE EL MIEDO Y LA ESPERANZA

El economista, ex ministro de Gaviria y recalcitrante neoliberal Rudolf Hommes escribió esta semana en su columna en El Tiempo, para significar el miedo bogotano a elegir un mal alcalde, que Bogotá se podría empezar a parecer a Cali.

Algunas piedras, no pocas, le llovieron aquí y allá. Allá, un indignado lector lo trató de “gordinflón atrevido”. Aquí, un conocido comentarista deportivo le dijo que era un “vergajo”. Y así.

A mí, en cambio, sin que Hommes sea santo de mi devoción y sin ser ni gordinflón ni vergajo, me parece acertadísimo el símil que usó. Y exageradísimas y algo hipócritas las reacciones en su contra, porque si hay algo en lo que los caleños nos distinguimos desde hace rato es en hablar mal, y bien mal, de la ciudad o de los vecinos o de los parientes o de los gobernantes (aunque a veces justificadamente, hay que admitirlo). O de cualquiera, al final de todo, pero hablamos mal.

Y, si no habláramos mal nosotros de nosotros mismos, de todas formas hablan mal de Cali los hechos, los tozudos hechos, que casi siempre vienen reflejados en las noticias diarias que nos muestran con desalentadora frecuencia como violentos o corruptos o traquetos o sicarios o cosa parecida. O, lo que es peor, como todo eso junto.

Así que alguien distinto a nosotros mismos nos ponga como referencia de lo malo o lo indigno de imitar, no tiene porque sorprendernos ni justificar que se rasgue alguien un milímetro de vestidura, a no ser que sea por quitarnos la exclusividad. Además, sabiendo lo que hemos vivido en Cali los últimos años y bajo los últimos gobiernos locales, que miedo que otras ciudades se contagien de lo mismo. Eso no se le desea a nadie, la verdad sea dicha.

Todo este asunto me hacia reflexionar que, entonces, lo que los caleños tenemos al frente este próximo domingo no es “una” jornada electoral más. No. Es “la” jornada electoral. Porque me parece, coincidiendo con casi todos con los que he hablado en estos últimos días, que hemos llegado, como ciudad y como comunidad, a un insostenible punto de inflexión. Y que otra eventual mala administración, o desastrosa como las dos o tres últimas, Dios no lo permita, no la aguantamos ni nosotros ni esta apaleada ciudad.

El sentimiento general en Cali, podríamos decir, se debate entre el miedo profundo a fracasar en la opción que elijamos y a que tengamos que decepcionarnos aun mas, si es que cabe mas decepción, con otro gobernante mediocre y/o corrupto como los que hemos padecido en los últimos diez o doce años, y la esperanza de que el próximo alcalde sea el que marque el derrotero para salir de esta sinsalida con la que convivimos a diario.

Es posible, claro, que la esperanza falle y que la decepción siga campeando. Algunos, no pocos, así lo aseguran, dadas las incidencias deplorables de esta campaña electoral. Entonces, en tal caso, las cosas seguirán igual, porque peor no pueden ponerse.

Por tanto, para mí, la esperanza es la mejor opción y el mejor sentimiento con el que uno puede ir a votar este domingo. De pronto, nuestro esperanzador voto, contagie de esperanza a los demás y esos a otros y así, como un virus inatajable, la esperanza se vuelva pandemia y a Cali, a la querida Cali, le renazcan las alas y remonte el vuelo que nos permita en adelante mirar al cielo y no, como hasta hoy, el vergonzoso y roto pavimento de las calles.

Por eso, cualquiera que sea su voto, por favor, vote con esperanza.
(La excelente caricatura que aparece en este post es de nuestro amigo Didier en su blog Pasosfirmes)
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