15.12.07

¡MAL FARC-IDOS!

No es que de verdad uno espere que los tipos de las Farc tengan buen humor. Es más, uno sospecha que gente así en realidad no deben tener ningún tipo de humor.

Por eso sorprende es que sí tienen humor, pero el de la peor clase: un humor cínico y macabro, que seguramente en las profundidades de la selva colombiana debe hacer reír mucho a los custodios de Ingrid Betancourt y de los demás secuestrados, porque lo que es por acá no genera sino una mueca de asco profundo.

El botón de muestra es esta "caricatura" publicada en Anncol, a la que llegamos a través de este post del Elefante Azul, a quien, igual que a nosotros, le parece que la “nueva Colombia” de la que habla el vejete secuestrador no es más que una tumba.

Sí, que triste que les produzca tanta risa tanto dolor…

8.12.07

CARTA ABIERTA A INGRID BETANCOURT

Ingrid:

Así, a secas, como me parece que le gustaría a Ud. que alguien que no la conoce personalmente se le dirigiera, comienzo esta carta que llevo rumiando desde hace varios días, desde cuando con asombro y pena vi el video que los desalmados que la secuestraron le tomaron para enviarlo como prueba – dicen ellos – de que sigue viva.

Y me atreví al fin a escribirla, bajo la luz radiante de un sol sabatino de este extraño diciembre que seguramente Ud. no puede disfrutar, enterrada como está en vida bajo el sudario verde de esa manigua que, después de casi cinco años, debe asfixiar como una tumba. De alguna forma me duele estar aquí, ahora, en mi cómoda casa, pensando en qué palabras se le pueden escribir a una secuestrada que dice que, a veces, ya no quiere vivir más. Pero así son las cosas…

Sin embargo, su valentía me anima. También su rostro dolorosamente resignado y cabizbajo y, sobre todo, sus tristes ojos que parecen mirar un punto recóndito de sus pensamientos, esos mismos que sus secuestradores jamás podrán domeñar. Y me animo a decirle, primero, que no hubo, no hay ni habrá causa política o de cualquier otra naturaleza en el mundo que pueda justificar un solo segundo de un cautiverio tan infamante como el suyo. Ni tampoco el sufrimiento de su madre, de sus hijos y de todos aquellos que la aman.

De ahí parto también para decirle que, aunque sus secuestradores son hienas y no personas, deseo que la indignación nacional y mundial que por estos días han despertado su secuestro pueda tocar el corazón de la guerrilla –si es que lo inexistente puede llegar a existir- y que decidan liberarla, aunque sea solo para seguir en la comedia política que todos les conocemos. O, al menos, que accedan en aliviar en algo su angustiante situación, así sea con el regalo de ese diccionario enciclopédico que su mente torturada anhela.

Sin embargo, al igual que Usted, sospecho que es mejor por ahora ahogar la esperanza de lo bueno para que, si esto llega a darse, nos sorprenda grata y doblemente y para que no nos acose nuevamente la sombra de una nueva decepción. No obstante, Ingrid, bien debe saberlo, la esperanza es un feroz mastín que nos persigue el corazón con irresistible tenacidad.

Otra cosa que quería decirle es que nadie se ha olvidado de su situación. Cómo hacerlo. Si la constancia de su familia ha logrado mantener viva su memoria y poner a un gobierno como el de Francia en la primera línea de las gestiones para su liberación, mucho más han logrado en el espíritu de los colombianos las desgarradas y hondas líneas de su carta de cautiva, que nos ha confrontado con nuestra propia naturaleza y con esa parte del alma que todos los horrores de esta guerra nos tienen gangrenada.

A muchos, a mí en particular, nos repugna que tengamos que someternos como sociedad a las exigencias de gente como la que la tiene secuestrada. Es por eso, no por maldad o por tener el corazón endurecido. Es simplemente el temor de que terminemos todos secuestrados, como lo estuvimos cierto tiempo en esta ciudad, en donde salir a Pance o al 18 en paseo familiar era un albur, un riesgo más que inminente de terminar en manos de la guerrilla.

Pero, ahora que me entero de que existe la posibilidad de despejarle otra vez parte del país a tales forajidos, siento que volvemos al filo de un abismo que solo por el consuelo de verla a Ud. y a los demás secuestrados de nuevo en libertad se acepta, aunque con el corazón en vilo. La esperanza, Ingrid, cabalga de nuevo tercamente a lomos de la angustia de una nueva y brutal decepción. Ojala que sea el jinete, y no la bestia, la que culmine exitosamente la carrera.

En este instante acabo de abrazar y besar a mi pequeño hijo de dos años. Se llama Manuel y me susurra, a media lengua, que me ama. Y vuelvo inevitablemente a pensar en Ud. y en mi, ambos de una generación que no ha conocido ni un solo día de paz sobre esta tierra nativa. Seguramente en sus largos días de cautiverio, ha meditado mucho en que no quiere que su suerte sea la misma para sus hijos, como lo he hecho yo tantas veces cuando pienso con angustia en un futuro repetido para esta generación nacida de la nuestra.

Por esto, por todo esto, deseo fervientemente que Ud. pueda volver algún día, ojala cercano, a abrazar a los suyos, a sus hijos, que han crecido sin su presencia y sus caricias. Y ese día, esté segura, nos unirá anónimamente un cordón umbilical de amor por la vida, esa fuerza inexplicable por la que Ud. sigue viva y por la que yo sigo pensando que la barbarie no triunfará.

Abrazos de compatriota y padre.

LA CASA VACIA

La casa yace, yace sin remedio, fantasma de sí misma, yace, yace, la casa pasa por sus vidrios rotos, penetra al comedor que está hec...