5.1.06

OLOR A CALI

"Si huele a caña, tabaco y brea, usted esta en Cali, ay, mire, vea..." dice la estrofa inicial de la cancion clasica de la Orquesta Guayacán. Pero, infortudadamente, Cali viene oliendo ultimamente a cualquier cosa, menos a bueno. Por ello, el olfato de los caleños viene arriscándose cada vez más por diversas causas, todas ellas deplorables.

El olor que empezó a sentirse hace algunos meses, a olla podrida, corrió por cuenta de la rapiña que venia haciéndose con los recursos públicos en la Secretaria de Educación, en Emsirva, en el Dagma, por nombrar solo las ollas más olorosas de esta administración. Pero, no bien pasaron tales efluvios, cuando se levantaron otros, aun más palpables, que ahora tienen casi asfixiada a Cali. O sino, que diga quien no ha visto por estos días las basuras que en interminables montañas se apilan por todos los rincones de la ciudad, calcinándose al sol, pudriéndose bajo la impertérrita mirada de todos. Si hasta el mismo Álvaro Uribe tuvo que reconocer hace poco, en plena reunión publica con el alcalde Polo, que Cali era un basural, mientras este último arrugaba el gesto, seguramente molesto, más por causa del justificado regaño que del mal olor de las basuras.

Pero de poco sirvió el regaño. Primero, porque Polo se ha distinguido desde siempre por ser el campeón de las excusas, así que adujo que el problema era de Emsirva y que como Emsriva estaba intervenida, pues… Como si el grave problema de corrupción y desgreño de esta empresa, encargada de la recolección de basuras en Cali, fuese algo gestado en las últimas tres o cuatro semanas que lleva de intervención. Y segundo, básicamente, porque el problema siguió igual e, incluso, empeoró.

Así se puede ver en estas fotografías publicadas por la prensa local, que sigue recogiendo la enorme protesta pública que solo la municipalidad, en su ya conocido autismo, parece no oír. Incluso el tabloide Q´hubo, como puede verse también, titula con descarnado epíteto que Cali es una ciudad que apesta. ¡Y como apesta! Quienes viven en el sector nororiental de la ciudad saben bien de eso, porque en ciertas horas del día se levantan olores tan nauseabundos que, como el parroquiano de la portada, solo se puede apelar al pañuelo para evitar el sopor fétido. Olores que, por desgracia, los vientos llevan con velocidad y contundencia a muchos otros barrios, generando esa fetidez que todos empezamos a padecer sin que nadie nos pueda explicar con claridad la causa real.

Porque una cosa son las basuras, que contaminan todo, pero otra es esa fetidez que se abate sobre la ciudad. Explicaciones, claro, no han faltado, mas aun en este gobierno que, como decíamos, se las sabe todas para escurrir el bulto de los reclamos ciudadanos. Que, además de los basurales crónicos, son las exudaciones de las lagunas de oxidación de Yumbo (ciudad esta que también sufre los suyo por este mismo tema), que los lodos sobrantes de la Ptar (que es una planta de tratamiento de residuos sólidos de las fuentes de agua de la ciudad), que las marraneras de Villamosca, que las industrias de curtiembres, etc. Al final, solo quedan tan vagas explicaciones que más valdría no haber preguntado y resignarse a seguir con el pañuelo en las narices.

Volviendo al asunto de las basuras, se anunció por el gobierno municipal una intensa campaña de recolección de las ídem. Y aunque ya van varios días de la dichosa campaña los basurales nada que merman, incluso parecen incrementarse y aflorar por todas partes. Entonces, se pregunta uno, ¿qué es realmente lo que sucede con esta ciudad y con sus habitantes? Porque, aparte de la cantaleta sobre la ineficiencia del gobierno de Polo, la causa de este detrimento del mas elemental rasgo de civilidad, como es el de no arrojar basuras a la vía pública o a las zonas verdes, parece provenir directamente de una generación de caleños que no sienten esta ciudad como algo propio.

De hecho, la inmensa mayoría de los habitantes que se aglutinan en el llamado Distrito de Aguablanca y en otras zonas deprimidas de la ciudad son el fruto migratorio de la violencia rural y la intensa miseria que azota desde hace décadas zonas circunvecinas, como el Cauca y la costa Pacifica. Son campesinos y gente rustica que llegaron a Cali arrastrando sus desgracias y una buena camada de hijos, huyendo de su durísima realidad, esperando un mejor modo de vida para los suyos. Y lo que encontraron fue una ciudad endurecida, que siempre los rechazó, los ignoró o los discriminó como vecinos indeseables. Por tanto, los relegó a ser ciudadanos de segunda, sin oportunidades de empleo, sin educación, sin espacio para sus hijos. La segunda generación de estos nuevos habitantes ha crecido en medio de esa discriminación y, además, bajo el influjo de la violencia y de la cultura mafiosa que los ha convertido en peligrosos aprendices y en carne de cañón para sus guerras y actividades ilícitas.

¿De donde, entonces, exigirles a estos caleños compromisos cívicos con una ciudad que nunca los ha tratados como a propios? ¿Quien se ha preocupado, además, por enseñarles civismo, por inculcarles normas básicas de cultura ciudadana, si ni siquiera nos acordamos de ellos más allá de la época del festín electoral? Que hipócrita posición la de esta sociedad actual que, indignada por la invasión de las basuras, señala con largo dedo como responsables a los mas pobres, a quienes solo mira de reojo y sobre el hombro, con desconfianza, pero jamás como conciudadanos.

Además, sospecho, no solo son ellos los que contribuyen a esta incultura ciudadana. En realidad, son muchos mas los que, por cuenta de una ciudad que se tornó azarosa, ingobernable y, a veces, invivible por tantos y tan variados problemas que se le vinieron encima, perdieron eso que se llama “caleñidad”. Es una sensación de desaliento general, de fatalismo, que nos ha empantanado el espíritu y que medra fatal e irreversiblemente el amor por el terruño. De allí a dársele a uno lo mismo guardar la basura para entregarla al carro recolector (que a veces nunca pasa) a simplemente botarla en un separador o en una zona verde, hay un minúsculo paso.

Como colofón, encontramos este volante en medio de cierto basural del centro de la ciudad. Allí, una conocida política de la ciudad, que en un principio apoyó a Polo en su campaña a la Alcaldía, ahora invita a revocarle el mandato. Se me ocurren dos lecturas: Una, que de la basura puede salir el empujón final para esta lamentable administración, aunque no lo creo. Y dos, que el inconfundible tufillo político que tiene la citada invitación no hace más que acentuar el de la basura que ahora agobia a Cali.

Mientras tanto, seguiremos usando dos pañuelos, uno para la nariz, por el nefasto olor, y el otro, para nuestra llorosa alma caleña que cada vez parece hundirse más y más en la desesperanza.

LA CASA VACIA

La casa yace, yace sin remedio, fantasma de sí misma, yace, yace, la casa pasa por sus vidrios rotos, penetra al comedor que está hec...