30.9.05

EL MIO: La ciudad contra los ciudadanos

Las grandes ciudades ponen a soportar grandes cargas sobre el ciudadano común. Es inevitable. Calles plagadas de huecos, en los cuales las suspensiones de los vehículos encuentran verdugos cotidianos. Semáforos descompuestos, que crean grandes y letales ruletas rusas en los cruces viales. Cogestiones vehiculares, que prácticamente reducen a la gente a vivir buena parte de sus vidas dentro de un vehiculo. Empleados públicos sempiternamente enfurruñados, desatentos y/o apáticos. Colas larguísimas para diligencias esenciales, que le prueban la paciencia al más estoico. Delincuencia callejera. Espacio público invadido o inexistente. En fin. Sería, pues, una interminable lista.

Sin embargo, el premio gordo de tales agresiones citadinas se lo llevan, de lejos, las grandes obras públicas. Sí, esas, las mismas que los gobernantes de turno anuncian como panaceas a los grandes males de las ciudades y sobre las que se despliegan enormes y abrumadores informes en los medios de comunicación. Sí, esas, que se nos venden como necesidades urgentes e inaplazables para la modernización urbana y el mejoramiento en la calidad de vida de todos los habitantes de la ciudad. Y una vez que se anuncian y se venden, nadie puede pararlas. Toca padecerlas y rogar para que tanta belleza sea verdad y tanto sacrificio tenga, al menos, mediana recompensa.

Ahora el turno le tocó a Cali. Se inició desde hace algunos meses la construcción del llamado Sistema Integrado de Transporte MIO, que es la versión caleña del Trasmilenio (a propósito, ¿cómo hacen para inventarse todos estos terminuchos que, a la vez, lo dicen todo y no dicen nada? Sospecho que detrás de estas grandes obras hay más publicistas que ingenieros). Empezó con el primer tramo, sobre la Carrera Primera, vía nerval que conduce del centro a la salida hacia el norte. Aunque estas primeras obras traumatizaron ese sector, por tratarse de un área comercial e industrial con accesos múltiples desde otras zonas de la ciudad, no se afectó mayormente la circulación vehicular. Sin embargo, muchos de los comerciantes ubicados sobre este sector debieron padecer la disminución de sus ingresos en más del 50% por cerca de seis meses. Muchos de ellos prefirieron cerrar o trasladarse a otros sitios. De nada valieron sus quejas: En el nombre del progreso se acallaron sus voces.

Terminada esa primera etapa, sobre la cual aun subsisten muchas criticas sobre su diseño, arrancó ahora la segunda, que toca la Calle Quinta, vía principalísima que atraviesa la ciudad de norte a sur y viceversa, y la Carrera Quince, vía arteria que recorre a Cali del occidente al oriente, atravesando toda la zona comercial céntrica, a cuyos costados encuentra uno negocios de toda clase (ventas de repuestos, talleres, restaurantes populares, bancos, pequeños centros comerciales y muchas áreas residenciales populares). Y ahí fue Troya. Que enorme despelote es ahora Cali, a solo algunos días de haber empezado las dichosas obras y con casi seis meses de plazo por delante para terminarlas.

No hay quien no se queje. Y no es para menos. El trafico hacia el centro de la ciudad, en donde queda la Alcaldía Municipal, la Gobernación, el Palacio de Justicia, la mayoría de las notarias y casi todas las oficinas de las entidades oficiales importantes, es un pandemonium. Sobre las Calles 13, 14 y aledañas se pueden ver a toda hora lentísimas y bulliciosas filas de buses, taxis y vehículos particulares, que no avanzan a más de 8 o 10 kilómetros por hora y que taponan, no solo el ingreso a esta zona, sino también la salida hacia cualquier otro lugar de la ciudad. Un viaje hacia esos lugares desde el sur, que antes demoraba 15 o 20 minutos, ahora sobrepasa fácilmente la hora. Es como caer a un laberinto sin puerta a la vista, en días especialmente calurosos con más de 35 grados de temperatura promedio.

Por todas partes hay una insufrible polvareda, producto de las calles perforadas y arrasadas, que se suma al calor y a la incomodidad de la espera en el tráfico. Es exasperante. Pero lo que mas desespera es la sensación de que hay una increíble improvisación en la planeación de los desvíos de transito, de los sitios para recoger o dejar pasajeros, de las salidas provisionales para el paso de peatones, etc. En la Calle Quinta, por ejemplo, el día de inicio de las obras nadie tenia idea donde se podía coger un bus y se pudo ver durante todo el día personas deambulando de arriba a abajo, completamente desconcertadas. Las vías de salida y entrada de ambulancias del Hospital Departamental, el mas importante y congestionado de la ciudad, estaban completamente taponadas. Y que decir de los vehículos particulares y taxis que, sin previo aviso y en plena hora pico, fueron desviados por vías secundarias, muchas de ellas estrechas o en pésimas condiciones, que implicaba largos minutos de tránsito hacia el sur de la ciudad.

Los comerciantes de estos sectores, conocedores de la infausta suerte corrida por sus colegas del norte, se preparan para lo peor. En estampida, buscan nuevos locales o acuden a estrategias de ventas que les permita subsistir. Pero va a ser difícil, casi imposible, sobreaguar en este mar de atropellos y desafueros contra el ciudadano que trae consigo, como un huracán administrativo, el inefable MIO. Aunque se ha prometido que las obras no irán más allá de enero del próximo año, aun cumpliéndose esta dudosa promesa, por lo visto y vivido en estos pocos días nadie confía en sobreponerse a la debacle económica que todo esto trae consigo, precisamente en una ciudad dolida por un desempleo que no baja significativamente y por otras lacras económicas.

Sin embargo, esto no debería sorprender a nadie. Siendo la administración del alcalde Polo tan carente de brújula como lo ha sido hasta ahora, no podía esperarse otra cosa que caos y desorden al momento de intervenir sobre vías publicas sobre las que circula mas del 85% de los vehículos de la ciudad y, por ende, del transporte publico. Claro, no faltan los llamados al sacrifico, al entendimiento, a la comprensión del ciudadano. Es el progreso y el bienestar futuro el que ahora nos pide disculpas por las molestias. Y ante esta imbatible argumentación, ¿qué se puede decir o hacer?

Nada, me temo, aparte de someterse a todas estas insalvables molestias del progreso. Y esperar que todo esto valga la pena. Amanecerá y veremos, como dice nuestro imperturbable Alcalde.

LA CASA VACIA

La casa yace, yace sin remedio, fantasma de sí misma, yace, yace, la casa pasa por sus vidrios rotos, penetra al comedor que está hec...