30.9.05

EL MIO: La ciudad contra los ciudadanos

Las grandes ciudades ponen a soportar grandes cargas sobre el ciudadano común. Es inevitable. Calles plagadas de huecos, en los cuales las suspensiones de los vehículos encuentran verdugos cotidianos. Semáforos descompuestos, que crean grandes y letales ruletas rusas en los cruces viales. Cogestiones vehiculares, que prácticamente reducen a la gente a vivir buena parte de sus vidas dentro de un vehiculo. Empleados públicos sempiternamente enfurruñados, desatentos y/o apáticos. Colas larguísimas para diligencias esenciales, que le prueban la paciencia al más estoico. Delincuencia callejera. Espacio público invadido o inexistente. En fin. Sería, pues, una interminable lista.

Sin embargo, el premio gordo de tales agresiones citadinas se lo llevan, de lejos, las grandes obras públicas. Sí, esas, las mismas que los gobernantes de turno anuncian como panaceas a los grandes males de las ciudades y sobre las que se despliegan enormes y abrumadores informes en los medios de comunicación. Sí, esas, que se nos venden como necesidades urgentes e inaplazables para la modernización urbana y el mejoramiento en la calidad de vida de todos los habitantes de la ciudad. Y una vez que se anuncian y se venden, nadie puede pararlas. Toca padecerlas y rogar para que tanta belleza sea verdad y tanto sacrificio tenga, al menos, mediana recompensa.

Ahora el turno le tocó a Cali. Se inició desde hace algunos meses la construcción del llamado Sistema Integrado de Transporte MIO, que es la versión caleña del Trasmilenio (a propósito, ¿cómo hacen para inventarse todos estos terminuchos que, a la vez, lo dicen todo y no dicen nada? Sospecho que detrás de estas grandes obras hay más publicistas que ingenieros). Empezó con el primer tramo, sobre la Carrera Primera, vía nerval que conduce del centro a la salida hacia el norte. Aunque estas primeras obras traumatizaron ese sector, por tratarse de un área comercial e industrial con accesos múltiples desde otras zonas de la ciudad, no se afectó mayormente la circulación vehicular. Sin embargo, muchos de los comerciantes ubicados sobre este sector debieron padecer la disminución de sus ingresos en más del 50% por cerca de seis meses. Muchos de ellos prefirieron cerrar o trasladarse a otros sitios. De nada valieron sus quejas: En el nombre del progreso se acallaron sus voces.

Terminada esa primera etapa, sobre la cual aun subsisten muchas criticas sobre su diseño, arrancó ahora la segunda, que toca la Calle Quinta, vía principalísima que atraviesa la ciudad de norte a sur y viceversa, y la Carrera Quince, vía arteria que recorre a Cali del occidente al oriente, atravesando toda la zona comercial céntrica, a cuyos costados encuentra uno negocios de toda clase (ventas de repuestos, talleres, restaurantes populares, bancos, pequeños centros comerciales y muchas áreas residenciales populares). Y ahí fue Troya. Que enorme despelote es ahora Cali, a solo algunos días de haber empezado las dichosas obras y con casi seis meses de plazo por delante para terminarlas.

No hay quien no se queje. Y no es para menos. El trafico hacia el centro de la ciudad, en donde queda la Alcaldía Municipal, la Gobernación, el Palacio de Justicia, la mayoría de las notarias y casi todas las oficinas de las entidades oficiales importantes, es un pandemonium. Sobre las Calles 13, 14 y aledañas se pueden ver a toda hora lentísimas y bulliciosas filas de buses, taxis y vehículos particulares, que no avanzan a más de 8 o 10 kilómetros por hora y que taponan, no solo el ingreso a esta zona, sino también la salida hacia cualquier otro lugar de la ciudad. Un viaje hacia esos lugares desde el sur, que antes demoraba 15 o 20 minutos, ahora sobrepasa fácilmente la hora. Es como caer a un laberinto sin puerta a la vista, en días especialmente calurosos con más de 35 grados de temperatura promedio.

Por todas partes hay una insufrible polvareda, producto de las calles perforadas y arrasadas, que se suma al calor y a la incomodidad de la espera en el tráfico. Es exasperante. Pero lo que mas desespera es la sensación de que hay una increíble improvisación en la planeación de los desvíos de transito, de los sitios para recoger o dejar pasajeros, de las salidas provisionales para el paso de peatones, etc. En la Calle Quinta, por ejemplo, el día de inicio de las obras nadie tenia idea donde se podía coger un bus y se pudo ver durante todo el día personas deambulando de arriba a abajo, completamente desconcertadas. Las vías de salida y entrada de ambulancias del Hospital Departamental, el mas importante y congestionado de la ciudad, estaban completamente taponadas. Y que decir de los vehículos particulares y taxis que, sin previo aviso y en plena hora pico, fueron desviados por vías secundarias, muchas de ellas estrechas o en pésimas condiciones, que implicaba largos minutos de tránsito hacia el sur de la ciudad.

Los comerciantes de estos sectores, conocedores de la infausta suerte corrida por sus colegas del norte, se preparan para lo peor. En estampida, buscan nuevos locales o acuden a estrategias de ventas que les permita subsistir. Pero va a ser difícil, casi imposible, sobreaguar en este mar de atropellos y desafueros contra el ciudadano que trae consigo, como un huracán administrativo, el inefable MIO. Aunque se ha prometido que las obras no irán más allá de enero del próximo año, aun cumpliéndose esta dudosa promesa, por lo visto y vivido en estos pocos días nadie confía en sobreponerse a la debacle económica que todo esto trae consigo, precisamente en una ciudad dolida por un desempleo que no baja significativamente y por otras lacras económicas.

Sin embargo, esto no debería sorprender a nadie. Siendo la administración del alcalde Polo tan carente de brújula como lo ha sido hasta ahora, no podía esperarse otra cosa que caos y desorden al momento de intervenir sobre vías publicas sobre las que circula mas del 85% de los vehículos de la ciudad y, por ende, del transporte publico. Claro, no faltan los llamados al sacrifico, al entendimiento, a la comprensión del ciudadano. Es el progreso y el bienestar futuro el que ahora nos pide disculpas por las molestias. Y ante esta imbatible argumentación, ¿qué se puede decir o hacer?

Nada, me temo, aparte de someterse a todas estas insalvables molestias del progreso. Y esperar que todo esto valga la pena. Amanecerá y veremos, como dice nuestro imperturbable Alcalde.

20.9.05

MAL NECESARIO

La noticia pasó desapercibida, como casi todas aquellas que no implican hechos catastróficos, goles o noticas de farándula. Pero es un hecho grave, en mi opinión. Resulta que los alcaldes del norte del Valle, región esta que viene siendo azotada desde hace un buen tiempo por las acciones extremadamente violentas de los dos bandos de traquetos que se diputan el poder mafioso, pidieron reunirse con el presidente Uribe a solas, sin la presencia de los altos mandos de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional que lo acompañaban.

Cuestionados por Uribe, los alcaldes al unísono le contestaron que no confiaban en ellos, en especial en la Policia, pues consideraban que varios de sus miembros se hallaban en complicidad con los mafiosos y que no querían plantear las denuncias que tenían pensado hacer en la presencia de los oficiales allí presentes. Al final, ante la insistencia del Presidente, accedieron a celebrar la reunión, aunque sospecho que de no muy buena gana.

Es evidente que la actitud de los alcaldes no es mas que el reflejo de una actitud social hace rato enquistada entre nosotros: La policía suscita mas sospecha y desconfianza entre los ciudadanos que la misma delincuencia. En las diversas encuestas de credibilidad y buen nombre institucional que se realizan periódicamente la Policía ocupa casi siempre los últimos lugares. Y el asunto no es solo desconfianza por la venalidad de algunos de sus miembros, sino tambien por su ineficiencia o por su incapacidad para combatir a tiempo y de manera racional el delito. Resultado: La relación ciudadano-policía resulta siempre tirante, frustrante o, como lo decíamos al comienzo, de permanente desconfianza.

En los ya largos años de ejercicio de mi profesión, en la cual debo relacionarme forzosamente con policías, no he encontrado hasta ahora a ninguno que no tenga propensión a la corrupción. No digo aquí que no existan policías honestos e íntegros. Debe haberlos, eso espero. Pero no los conozco. No se sabe si esta situación tenga como causa la visión ciudadana de que la Policía paga muy mal a sus miembros, de forma tal que estos parecen estar siempre a la caza del soborno, ya sea aplicando con exageración y malicia las funciones que le son propias o creando una especie de amenaza sobre el ciudadano con el rigorismo de la ley o el reglamento que les corresponde aplicar. De todas maneras, el asunto es que el policial termina pidiendo la mordida para hacerse el de la vista gorda, o el ciudadano sabe que toda eventualidad anómala de su parte se resuelve fácilmente ofreciendo un soborno. Es una situación como el del huevo o la gallina, solo que la costumbre de lo anormal se nos volvió norma de comportamiento en ambos lados de la ley: En el que la hace cumplir y en el obligado a cumplirla.

Otra razón para la desconfianza son los informes públicos de la labor policial. No es asunto exclusivo de la policía colombiana mentir o exagerar acerca de los alcances de sus logros. Tampoco lo es ofrecer versiones acomodaticias a los medios con el fin de justificar una situación especifica respecto de abusos o errores policiales. Es el llamado espíritu de cuerpo. Los señores de Scottland Yard produjeron la tragicomedia dentro de la cual un joven brasileño fue asesinado por balas oficiales como supuesto sospechoso de los recientes atentados de Londres, sobre lo cual se supo después que el hombre asesinado nada tenia que ver con estos y que ni siquiera había dado lugar para ser tratado como sospechoso. La diferencia estriba en que mientras este hecho ocasionó indignación tanto en la sociedad británica como en el mundo, aquí son pan de cada día las detenciones y el señalamiento publico por parte de la Policía, siendo que después, cuando se descubre la injusticia o el infundio de la captura, no se produce ni siquiera una disculpa, mucho menos una renuncia de los funcionarios policiales pifiados.

El narcotráfico permeó en forma alarmante a la Policía en todas sus estructuras. En Cali era vox populi el hecho de que los señores de la droga tenían nominas policiales a su servicio. Muchos ex agentes entraron a convertirse en jefes de seguridad y en parte del brazo sicarial de esas temibles organizaciones. Por otro lado, las conocidas y tan en boga oficinas de cobro se encuentran integradas en buena parte por policías activos, que les brindan apoyo de toda clase. De ahí, probablemente el temor de los alcaldes que mencionamos.

Según la Constitución la Policía es un organismo armado de carácter civil que, dependiente del poder ejecutivo, se encarga de cumplir las funciones policivas propias del Estado. Por esta razón, no forma parte de las Fuerzas Armadas ni es un organismo castrense, como muchos creen. Sin embargo, en la convulsionada realidad nacional, de hecho se le ha dado a la Policía participación como cuerpo de tropa dentro del conflicto armado que padecemos, creando con ello una evidente distorsión de sus propósitos legales y una inflación inconveniente de su autoridad.

De ahí parte, seguramente, el comportamiento muchas veces tiránico y arrogante de muchos de sus miembros, que, amparados bajo el uniforme policial, llegan a creerse impartidores de una justicia callejera y sumaria e interpretes absolutos de la ley. Se tiene la idea, por consiguiente, que con un policía no se puede dialogar, mucho menos razonar. Además de que la mayoría de las veces el ciudadano no recibe el tratamiento respetuoso que merece, sino el atropellamiento verbal y físico que eventualmente se le da a un delincuente o a un enemigo.

Puede verse esta opinión como algo injusto frente a las noticias de policías que caen cada día muertos o secuestrados en cumplimiento de su deber. También lo sería frente a familias enteras que los lloran por una u otra causa. No obstante, es bueno decir que es mucho más injusto que la visión ciudadana sobre la Policía sea tan funesta por los múltiples motivos que se le brindan cada día, hasta el punto que los mismos alcaldes, que deberían ser los primeros en salir a defender su labor, no quieran ni arrimárseles.

Por algo será.

17.9.05

¿SOMOS PIEDROS?

La noticia del mediodía nos sorprendió al taxista y a mí. Cruzamos una mirada a través del espejo retrovisor, pero ambos guardamos silencio: ¿Qué se podía decir? Según el locutor, un hombre había matado a otro a cuchilladas porque intentó quitarle una cucharada de su plato de frijoles. Una muerte mas, que más da.

Recordé, sin embargo, una conversación de hace un tiempo con cierto amigo recién llegado del exterior. Comentábamos sobre esa estela de violencia que dejan los colombianos tras de sí en cualquier lugar donde estén. Después de llevar y traer ideas al respecto, mi amigo terminó la conversación con una frase sentenciosa que de vez en cuando rememoro: Lo que pasa es que los colombianos somos muy piedros.

Es cierto. De verdad, sacarnos la piedra es muy fácil. Somos irascibles al extremo. Casi cualquier cosa nos saca de casillas y, aunque eso de por si no tiene nada de raro siendo, como es, una emoción muy humana, lo que nos distingue al respecto es la reacción, casi siempre desmedida y casi siempre violenta.

Supone uno que enojarse por alguna situación en particular le sucede por igual a un chino, a un esquimal o a un monje tibetano. Todos tenemos un punto de quiebre en lo que toca a la paciencia o la misma tolerancia, y el frenesí de los tiempos que vivimos nos tiene dañados los frenos del autocontrol, así que generalmente las reacciones son usual e instantáneamente hostiles.

Pero, insisto, la reacción del colombiano es distinta. Casi cualquier fricción con un semejante es excusa perfecta para el insulto procaz, para la amenaza y para la violencia. Un simple choque de vehículos, que a lo mucho ameritaría en otras latitudes una llamada telefónica o un intercambio de tarjetas de seguros, aquí puede implicar un duelo verbal de palabras soeces y convertirse rápidamente en un lance a machete, varilla, piedra o bala. Todo nos saca la piedra: lo grave y lo leve, lo fortuito y lo intencional, lo trascendente y lo intranscendente.

Vivimos constantemente piedros, putos o emputecidos, como se prefiera. Hasta las expresiones emocionales son agrias y contienen pesadas cargas de agresividad. Si alguien quiere echarle un viva a su equipo de fútbol, entonces la costumbre es bautizarlo con un sonoro madrazo. Hasta cuando estamos contentos estamos piedros. O si no, por qué será que las fechas más violentas son precisamente las que entrañan algún tipo de celebración colectiva, como el día de la madre, el de amor y amistad o el fin de año?

Y las cons
ecuencias de las sacadas de piedra están a la vista. Las mujeres maltratadas y la violencia domestica, cuyas estadísticas, aun cuando son incompletas e imprecisas por la naturaleza silente de este fenómeno, indican con alarma cuanta piedra hay en los hogares colombianos. Claro, es apenas lógico que quienes paguen el pato de tanta piedra acumulada sean las personas más cercanas y aun, paradoja de paradojas, las mas amadas por nosotros.

La mayoría de las muertes violentas tiene su causa mas reconocida en una sacada de piedra, sea por una deuda, por una afrenta personal, por un negocio mal hecho o por una mala expresión en una mesa de tragos. No hay lugar para el perdón, ni menos para el olvido. Así lo cantan Darío Gómez, el Charrito Negro o las Hermanitas Calle, y así se cree por doquier, en cualquier estrato social. No hay que dejarse joder ni agacharle la cabeza a nadie. Hay que defender lo de uno por encima de cualquier cosa. Cualquier atisbo de perdón o comprensión se ve feo, porque se entiende como debilidad. Por tanto, hay que vivir piedro, porque siempre habrá alguien que te quiera joder, humillar o pretender algo tuyo. Es la gran sacada de piedra nacional.

No deja uno de recordar que a un anciano octogenario de perenne toallita al hombro le sacaron la piedra hace como cincuenta años cuando le mataron sus marranos y sus gallinas en una recóndita finca del Huila. Y como consecuencia de esa legendaria sacada de piedra han muerto cientos de miles de colombianos de todas las clases, edades y géneros; se han ocasionado perdidas por millones de millones pesos, y se condenó a cuatro generaciones distintas a vivir bajo la bota de la violencia. Hoy, muchos años después del porci-gallinicido, se confunden los ecos del chillido de esos masacrados animales con los gritos y lamentos de las victimas de cientos de asesinatos selectivos, masacres, secuestros y todo tipo de desmanes cometidos durante estos años de violencia demencial.

Parece que lleváramos esa rabia interna y explosiva a todas partes y todo el tiempo. Tenemos el gatillo montado a toda hora, así que cualquier cosa lo dispara. Es como una especie de pasap
orte emocional que nos identifica tristemente delante de nuestros compañeros de planeta. Las causas, buenas y malas, aceptables o repudiables, lógicas o ilógicas, para esta extraña cualidad de nuestro carácter son infinitas y densas. Por tanto, este no será el espacio para su análisis.

Solo preguntaremos y nos preguntaremos: ¿Somos o no somos piedros?

P.D. Por si queda alguna duda, lean esto.

12.9.05

LOS DE LA COLA

Mis conocimientos mundanos no me alcanzan para afirmar aquí si hacer cola es un fenómeno mundial. Esto es, que si en todos los países de los continentes conocidos se utiliza la cola para las mismas cosas que la usamos los colombianos, aunque sospecho que colas se hacen en todas partes.

Hacer una cola puede ser para muchos sinónimo de civilidad y orden social. A Cali, por ejemplo, se la tildó hace algunos lejanos años atrás de ser la ciudad más cívica de Colombia, porque a nuestros visitantes les parecía primoroso, como dicen las señoras, ver a la gente haciendo cola para subirse a un bus. Pero esta buena costumbre se perdió y ahora brilla por su ausencia, al unísono de que se nos fue, no se sabe para donde y sí para siempre, el reinado nacional del civismo.

Para otros, hacer una cola puede ser expresión de democracia. Al fin y al cabo una cola no distingue clases sociales sino turno de llegada. Pero esta apreciación puede fallar por el lado de que seguramente hacen mas colas en su vida los del estrato 1 al 3 que los afortunados integrantes de los demás niveles sociales. Yo, en particular, no me imagino a Ardila Lule o a Julio Mario Santodomingo haciendo una cola, a no ser una muy cortica para el green en un campo de golf o para entrar al baño en un concurrido cóctel. Aunque, de todas maneras, tengo mis dudas.

De todas formas, Colombia es un país de muchas colas. Aquí se hace cola para cobrar un cheque, montarse en un bus o en un Transmilenio, pagar servicios públicos, declarar renta, entrar a cine, cobrar la pensión, etc. No sé si existen estadísticas acerca de cuantas colas hace un colombiano promedio durante su vida, pero deben ser muchas, si se toma en cuenta que uno empieza haciendo cola para entrar al jardín infantil por las mañanas a la tierna edad de 4 años y termina haciendo cola a los 80 años para cobrar la pensión. En ese lapso, muchas colas se han hecho. Y, por si no lo sabía, es probable que las siga haciendo después de muerto, pues, según el Director de Medicina Legal en Cali, los cadáveres que llegan a la morgue deben hacer estricta cola para poder ser atendidos por los médicos forenses de turno. Surrealismo, que llaman.

Las colas tienen diversas categorías: Las hay permanentes, como las de los bancos en quincena y las de cobro de pensiones, aunque esta ultimas, mas que permanentes, son eternas. Las hay efímeras, como las colas que seguramente van a hacer los aficionados al reggeaton en el próximo concierto mundial que se anuncia por estos días en Bogotá. Dios quiera que así sea. Hay colas según la naturaleza de la entidad u oficina que las organice, así que podemos decir que hay colas oficiales, como las del predial, de la DIAN o del pago de impuestos del carro; y hay colas privadas, como las del cine. Existen colas al aire libre o en recinto cerrado. Colas largas y cortas. Colas dobles y de uno en uno. En fin, son muchas las clases de colas.

Pero, mejor que las clasificaciones de las colas, son las características de los que hacen cola. Por ello, en toda cola que se respete se pueden distinguir fácilmente los siguientes especimenes:

· El aburrido: Generalmente esta de ultimo o entre los últimos de la cola. Tiene cara enfurruñada, tuerce los ojos, mueve los pies, pone cara de mártir y musita cosa ininteligibles, probablemente no traducibles en horario familiar.

· El mensajero: Personaje infaltable en toda cola. Porta casco bajo el brazo, chaleco con el numero de la placa y un inmenso maletín negro de plástico del cual saca, preciso antes de que le toque a uno el turno, un enorme cartapacho de facturas, cheques y dinero en efectivo. Se saluda siempre con el cajero del banco, se hacen visita y se va casi siempre después de una hora de estar en la ventanilla. Por línea general los demás integrantes de la cola rehuyen estar detrás de uno de esta categoría. La cola se vuelve pesadilla cuando concurren varios de estos personajes.

· La buenona: Se requiere un poco de suerte, pero casi siempre hay una, aunque no es fácil encontrar esta especie en colas de pensionados ni en las del Seguro Social. Tiene minifalda, descaderado y/o blusa despechugada. Se pasea por la cola hablando por celular, limándose las uñas o mirando a todos con cara de aburrida, pero por una extraña razón, aunque llegue de ultima, termina entre los primeros de la cola, especialmente si predomina el elemento masculino. Hay suspiro general y miradas de torero cuando se va.

· El agitador: Se distingue porque, aproximadamente a los 10 minutos de llegar, se dedica a incitar a los compañeros de cola para que protesten por la demora, a discursear por la pésima atención, a convocar para que se retiren del servicio y cosas por el estilo. Pero una vez que le toca el turno, se desocupa y se va calladito sin decir ni mu.

· El grosero: Puede estar emparentado con el anterior o ser primo lejano del aburrido. Desde que llega arranca con madrazos e insultos calibre 45 contra todo el mundo, empezando por el gobierno y terminando por el vigilante o el portero. Cuando se va desde la puerta se puede escuchar el ultimo insulto. Es su sello de despedida.

· El afanoso: Es primo lejano del aburrido. Casi siempre, como su pariente, es el ultimo en llegar y quiere ser el primero en irse. Mira el reloj cada dos minutos, habla por celular con angustia y sale corriendo una vez que lo atienden. Casi siempre deja tirado el celular, el recibo o cualquier otra cosa.

· El colado: Tambien llega de ultimo. Mira con detenimiento a todo el personal de la cola, se pasea de arriba abajo, pero no se mete. Espera siempre, acechando, para colarse en un descuido en alguno de los recodos de la fila. Y cuando alguien le dice algo o lo mira mal, voltea la cara para el otro lado, pero no se sale. Generalmente termina entre los primeros.

· El sospechoso: En toda cola siempre hay alguien que incita a la sospecha. Algún gesto, la forma como viste o como mira, las gafas oscuras, en fin, algo les crea a los que hacen cola la idea de que el tipo los va a atracar, va a poner una bomba o algo parecido. Todos aprietan la cartera, esconden el dinero u ocultan los documentos cuando él llega. Hay suspiro de descanso general cuando se va sin que pase nada.

· El oloroso: El tipo huele mal, realmente mal. No se sabe a ciencia cierta si el olor es de origen axilar, plantar o bucal, o todas las anteriores, pero su presencia inmediatamente distiende la cola, la separa concéntricamente, y esta solo se vuelve a unir cuando se va. Pero aunque no esté, su recuerdo permanece en la cola por mucho tiempo.

· El revendedor: Aunque no pertenece a la cola propiamente dicha es infaltable en las del estadio o las de los conciertos. Se pasea de arriba abajo, muestra con disimulo las boletas, afirma que son autenticas y que tiene de todas las localidades, que no sean bobos, que no hagan cola que ya no hay mas boletas. Nadie le cree, pero cuando uno llega a la taquilla, las boletas han desparecido. Entonces, los de la cola se le van encima a arrebatarle las boletas que saben que no conseguirán en ninguna otra parte. Solo desparecen cuando ven a la policía o cuando se les acaba la mercancía.

· El mendigo: Aparece como por encanto en cuanta cola al aire libre exista. Igual que el anterior, no pertenece a ella, pero la acompaña hasta el final. Canta, llora, se retuerce, muestra heridas quirúrgicas o llagas que uno jamás sospecha que pudieran existir, o simplemente suplica por una moneda. Recorre la cola de un extremo a otro y no se va hasta que la despluma o la cola se termina.

Bueno, quisiera seguir mencionando mas categorías, porque de que las hay las hay, pero se me hace tarde. Debo hacer una cola en el banco. Y si quiere comentar este post, por favor haga cola.

8.9.05

EL FUTBOL Y LA BOTELLA

Tenía entre el tintero este tema de la conocida y típica relación entre el fútbol y el alcohol, a propósito de la noticia de hace algunas semanas sobre la condena por homicidio culposo al futbolista Tigre Castillo. Pero, al momento de teclear estas líneas, coincidencialmente nos llega la información de que este personaje fue detenido por la Policía aquí en Cali, en la madrugada del pasado domingo, cuando conducía a toda velocidad un lujoso vehículo por las calles del barrio Siete de Agosto. Y que lo hacía, al parecer, embriagado.

Es de todos conocida la circunstancia de que el Tigre Castillo fue condenado a 36 meses de prisión y al pago de una cuantiosa indemnización por una juez de esta ciudad, por haber sido hallado responsable del homicidio culposo de dos jóvenes hermanas que lo acompañaban a bordo de una camioneta al amanecer del 19 de agosto de 2.001. El aparatoso y sangriento accidente se debió - así quedó demostrado en el proceso- al avanzado estado de alicoramiento del futbolista.

Apartándonos del particular episodio del Tigre y su lamentable historia, el tema que queremos tocar es el de esa conocida e inquietante relación, ya consuetudinaria, entre los futbolistas y el trago. Los ejemplos cunden en todas partes. Las rutilantes estrellas del Real Madrid, cuyos contratos valen cientos de millones de dólares, fueron duramente increpados hace algún tiempo por la furibunda hinchada que les reprochaba, con insultos de toda clase, preferir la juerga antes que cumplir el trabajo para el que habían sido contratados. Por esos días, en un canal internacional se pudo ver como una prostituta de un exclusivo burdel de Madrid, contaba con expresión maliciosa sobre orgías y extravagantes jornadas alcohólicas de David Beckham, Figo y otros que se me escapan. Los goles del Real Madrid se perdían, al parecer, en destinos distintos al de la portería de sus rivales. En el ramplón, pero incisivo, programa de Magaly en la televisión peruana es rutinario ver los "ampay" de futbolistas de ese país pillados en discotecas, burdeles y hasta "polladas" en medio de borracheras fenomenales, escándalos y en compañía, casi siempre, de mujeres de dudosa camiseta. De ahí parece venir ese declive imparable del fútbol peruano.

En nuestro medio el asunto es cíclico y rutinario. El jugador Tino Asprilla, aunque ya retirado, encarna el paradigma del futbolista escandaloso, mujeriego y amigo de la rumba mas que de la cancha de fútbol, todo por cuenta de las continuas escenas de alcohol y juerga que lo acompañaron durante la etapa más exitosa de su vida profesional. Y al jugador Johnier Montaño, dos días después de que los directivos de su club en Europa salieran a los medios a declararse alarmados porque dicho jugador no se había reportado de la licencia familiar que había solicitado, muchos lo pudimos ver en una discoteca de Juanchito rodeado de botellas de whisky, "prepagos" y amigotes. Días después salió con cara compungida en los noticieros de televisión para explicar que aun lo retenía en Colombia cierto asunto familiar que no había podido resolver. En los tiempos del Pecoso Castro se dijo que el Deportivo Cali tuvo que contratar una empresa de vigilancia para hacer rondas nocturnas en las casas de los jugadores, a fin de evitar sus cont{inuas escapadas en visperas de partidos importantes.

Los ejemplos, como decíamos al inicio, cunden. Sin embargo, mas allá de lo episódico, la cuestión es por qué estos deportistas, casi todos de alta competencia y dueños de talento y fama por su calidad futbolística, que viven de una profesión que depende precisamente de su condición física, caen en tales excesos. No entiende el hincha ni el ciudadano común por qué alguien que puede llegar a devengar salarios millonarios, cosa no muy fácil de obtener en una economia deprimida como la nuestra, decide optar por el degenero de su vida personal a sabiendas, se supone, de las consecuencias que ello le trae a su exigente profesión.

Las respuestas pueden ser múltiples. La más común y fácil de entender es tal vez la del origen familiar y social de la inmensa mayoría de estos deportistas. De lugares como Tumaco, Buenaventura, Puerto Tejada, Guachené y otros similares, que no se distinguen precisamente por su pujanza económica ni por la alta calidad de vida de sus habitantes, provienen muchos de ellos. Otros surgen del seno de las barriadas más populares de las grandes ciudades, en donde el alcoholismo, la drogadicción y la violencia de todo orden son amenazas reales sobre los niños y los jóvenes. Por esa misma razón son individuos cuya formación personal y familiar es deficiente, por no decir que nula. Podría afirmarse, ante la falta de oportunidades que un medio así les puede brindar, que la disyuntiva vital para la mayoría de estos jóvenes es, o se es futbolista, o se pasa a integrar directamente las filas de vendedores ambulantes, lavadores de carros y similares, o las de la delincuencia común de las ciudades. No hay más.

No conozco estadísticas sobre el nivel educativo de los futbolistas profesionales en Colombia, pero sospecho que no debe ser muy alto en promedio. Y no es que tener muchos estudios los pueda eximir de ser borrachos e irresponsables, pero podría darles la oportunidad de manejar y controlar de mejor manera factores como la fama súbita y el dinero. Tampoco se conocen estadísticas sobre el factor racial, pero no es difícil percatarse que la gran mayoría de los futbolistas criollos son de raza negra, raza esta en cuyos enclaves regionales predominan aspectos machistas sumamente acentuados, como el abandono familiar, la conformación de diversos hogares, el desentendimiento en la crianza de los hijos y la ausencia paterna, amen del mismo alcoholismo.

No deben dejarse por fuera de este análisis a los dirigentes deportivos. Es evidente que estos oscuros personajes, enquistados desde hace años en puestos claves que se rotan a placer, conocen estas particularidades y defectos del jugador nacional. Y las explotan sin escrúpulos. En muchos casos los maduran biches y, después, los arropan con fingido paternalismo, rodeándolos de lujos, prebendas y cosas suntuosas que muchos de estos muchachos nunca habian visto en su vida. No se preocupan en lo mas mínimo por su formación como personas. Para qué? Nadie paga una boleta para ir a un estadio a ver buenas personas, sino goles y buenas jugadas, así que lo que hagan fuera de la cancha no importa, mientras rindan para sus equipos. De todas formas, si no redituan lo invertido, se desechan, se venden como mercancia y se olvidan de ellos cuando caen por el barranco de la vida licenciosa. Problema de cada uno, al fin y al cabo.

Al final, no dejan de producir tristeza las reiteradas historias de estos atletas que, desde el pinaculo de la fama y el reconocimiento publico, resbalan sin remedio por la tortuosa pendiente del alcohol, la droga y la vida desordenada sin que nadie logre explicarse como pudieron llegar tan alto y caer tan abajo con la misma velocidad. Y cómo muchos de ellos aún siguen cayendo.


5.9.05

TRES PALABRAS:

Colombia es un país muy difícil, casi imposible, de entender con la mente. La realidad nacional, tan vertiginosa, nos puede pasar en un mismo día por diversas etapas emocionales que van de la alegría a la decepción, del horror a la confianza, de la calma a la indignación colectiva. Y tales cosas no son materia del pensamiento sino del alma, irremplazable fuente de las emociones y los sentimientos humanos.

Por ello, y según el episodio de turno, las palabras para describir al país brotan, más que de los pensamientos, de una fuente visceral e impulsiva que marca el sentido y el significado de los conceptos y las ideas que se expresan con vocablos. Si el evento del día es trágico, por ejemplo, surgen expresiones como baño de sangre, nos ahogamos en sangre o similares. Si es de indignación, los términos pueden ser país de picaros, raza de ladrones, tierra de bandidos, etc. Si es de alegría o jolgorio masivo, las palabras son jubilo inmortal, tierra fecunda, país de campeones, cuna de gente sabia o culta. En fin.

Y como todo lo emocional, las expresiones son desmesuradas y rabiosamente espontáneas. No hay ahorro de palabras y sí, por lo general, despilfarro de adjetivos. Este es un país extremadamente adjetivado. Tambien profundamente amado o desdeñado, pero, insistimos, todo con desmesura, sin reflexión. Por ello, después de épocas tan frenéticas como las que venimos viviendo, los adjetivos, los calificativos, las palabras dicientes empiezan a escasear, a sonar repetitivas y huecas. Y ante el vacío del concepto solo los hechos, algunos de ellos, parecen tener cierta fuerza expresiva y descriptiva de la realidad nacional, que ya no se encuentra en la palabra escrita ni en la hablada.

Sirvan estas apresuradas reflexiones para contar tres historias salidas de los periódicos que parecen contener en sí mismas, a pesar de su singularidad, una descripción patente del alma colectiva. Son, a su vez, tragedia y comedia, polos opuestos pero próximos que tienden a tocarse cada vez más en cierto punto penumbroso, ubicado mas allá del pensamiento lógico. Veamos:

· Morir ahogado en sangre literalmente puede superar la metáfora, pero no el símbolismo de esa expresión. Sin embargo, sucedió que en la planta de sacrifico de ganado de la empresa Frigosinú de Montería (Córdoba), uno de los empleados cayó accidentalmente en una tina repleta de sangre de res, producto del sacrificio y destazamiento de ganado. Al ver que su compañero se ahogaba, dos empleados mas del infortunado hombre se arrojaron a la tina en un vano intento por socorrerlo, resultando ahogados los tres en el rojo y denso elemento. Luego, puede afirmarse que en Colombia hay gente que muere físicamente ahogada en sangre, y que aquellos que se arrojan al río de sangre para salvar al que se ahoga, pueden terminar pereciendo de igual forma.

· Frente a lo que sucede a diario, se tiene la impresión de que en Colombia se mata por cualquier cosa, expresión que alude a los fútiles motivos que muchas veces se tienen para asesinar a una persona. Este parece ser el mensaje del hecho sucedido hace algunas semanas en Cali, en donde un reciclador mató de un disparo a una persona dedicada a la misma labor y dejó herida a otra en una reyerta que se presentó en el lugar conocido como el Basuro de Navarro, que es el vertedero de basura de la ciudad. Según se reportó, la causa del mortal enfrentamiento se debió, al parecer, a un violento altercado por algunos cartones y latas que uno de los hombres le habría quitado al agresor. Nos indicaría el hecho, entonces, que la vida ha llegado a tan baja estima que lo que es basura para la mayoria puede ser, para otros, una buena razón para matar. O para morir.

· Cuando se afirma que aquí se roban hasta un hueco, se tiene por entendido que la capacidad de los manilargos criollos puede llegar hasta niveles muy bajos en cuanto al valor de lo que pueden hurtar. Sin embargo, lo sucedido a un jubilado en Cartagena rebasa con creces, o mejor con heces, el sentido de la conocida frasecita. Se cuenta que cuando cierto señor de avanzada edad se acercó a cobrar su pensión, se encontró con la consabida escena de una cola larguísima frente a la entidad bancaria. Después de un tiempo de esperar su turno, y ante una apremiante necesidad fisiológica de carácter sólido, el jubilado logró, después de muchos ruegos, que el portero del banco le permitiera utilizar el baño bajo la condición de que no usara la taza del sanitario sino que depositara lo excretado en una bolsa plástica, que se le facilitó con ese propósito. Una vez que el anciano concluyera el mandato fisiológico y saliera del edifico bancario, dos hombres en una motocicleta que acechaban el lugar, se le acercaron a la salida de la entidad, lo amenazaron con arma de fuego y le arrebataron la bolsa plástica que portaba, perdiéndose después a toda velocidad por el concurrido centro de Cartagena. Se dice que el anciano no paró de reírse en una semana de solo imaginarse la cara del ladrón cuando abrió la bolsa del supuesto y oloroso botín. Concluiremos, entonces, que en Colombia se roban hasta la m...

Son tres historias. Y son tambien tres palabras que pintan de pies a cabeza parte de nuestra realidad. O no?

LA CASA VACIA

La casa yace, yace sin remedio, fantasma de sí misma, yace, yace, la casa pasa por sus vidrios rotos, penetra al comedor que está hec...