24.6.05

LA ESPERA

Sacudió sobre el anden húmedo los zapatos mojados, en un intento inútil por librarlos de las salpicaduras fangosas de la lluvia, aprovechando para mover las piernas entumecidas por el frío y la larga espera bajo el alero protector de la esquina.
Deseó, casi con dolor, el cigarrillo húmedo que momento antes había intentado inutilmente encender y que ahora flotaba, calle abajo, en la cresta del riachuelo amarillo que serpenteaba al borde del anden. En la calle, lentas ráfagas de viento helado agitaban la cortina de gotas gruesas de lluvia que desde hacía, cuantas horas?, llevaba cayendo, sin pausa, sobre la ciudad gris.
Miró su reloj con impaciencia, y esta se convirtió, lentamente, en desconcierto. Qué le pasaría? Nunca se había demorado tanto. Vio pasar un bus atestado, que dejó atrás una estela de agua lodosa que, perezosa, lo persiguió hasta desaparecer. En una de las ventanas de la casa del frente percibió la luz vacilante de una vela, que luchaba contra la prematura oscuridad. No hay energía, pensó. Y la impaciencia volvió a él como el reflujo de una pesada ola.
La esperaba desde hacia mas de dos hora (o, serían tres?). Intuía, por el calor creciente de su rostro, que la impaciencia inexorablemente se le convertía en una ira silenciosa, en una lava amarga que le resbalaba, ardiente, por su estomago.
Fue, entonces, cuando la vio, como una silueta imprecisa, recortada contra el fondo plomizo de las húmedas paredes. La mujer cruzó corriendo la calle, saltando sobre los charcos con agilidad de gacela, se detuvo sobre el anden y, girando la cabeza, lo buscó con la mirada. El asomo medio cuerpo y agitó una mano para que ella lo pudiera ver. Ella, con un trotecito menudo, se dirigió a su esquina, envuelta en el abrigo gris y ondeante, que le daba apariencia de fantasma.
El hombre suspiró y se resguardó nuevamente bajo el alero. Sentía que la rabia aun le atenazaba la garganta. La mujer llegó hasta él y lo miró con aprehensión bajo la cortina chorreante de su pelo escurrido, que se pegaba con tenacidad a la frente pequeña y le rodeaba, como un oscuro paréntesis, la cara pálida. Sus ojos, grandes y brillantes, chispearon con un gesto sumiso, casi reverencial, precediendo la sonrisa oblicua de sus labios temblorosos. “Perdona la demora, pero es que él se fue tarde, casi no puedo venir...” le musitó con voz ronca y tierna, y se apretó contra él, abrazándolo, con los latidos del corazón empujando, a través de la ropa mojada, las palabras apenas murmulladas, los suspiros, el largo beso, la caricia ansiosa, el deseo.
Él supo, entonces, que ella, una vez más, le derrotaba la amargura de su amor contrariado, y le reconoció su triunfo, entrelazando desesperadamente su aliento con el suyo. La lluvia arreciaba, ajena, sobre la ciudad indiferente y gris.


2 comentarios:

  1. Oye que lindo blog, interesante, y para mi modo de percibir las cosas, es el pan de cada día, relaciones prohibidas, que por cierto más deseables y deliciosas,en algun momento de mi corta vivencia, pase por eso y hoy debo decir que aunque se pasa de maravilla, llegas a tu casa y te sientes vacia. .. ...

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  2. A Paola Andrea:
    Es cierto, pero la suma de estas experiencias es a lo que llaman madurez. Gracias por tu comentario.

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Gracias por tu comentario, es siempre bienvenido

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